miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sunset Boulevard – Billy Wilder (1950)

Siempre se ha dicho que Sunset Boulevard es una de esas películas que tratan sobre el mundo de las películas, una producción “meta-cinematográfica”, como dirían los teóricos. Es, además, una película de Hollywood sobre el mundo de Hollywood, lo que la hace todavía más polémica. Y esto es verdad de una manera aún más compleja si se rastrea un poco la historia de la película y las particulares relaciones entre su reparto y el conjunto de personajes que representan. 


 “Estaba trabajando con el señor Brackett, y se le ocurrió la idea de hacer una película con Hollywood como trasfondo. Una vez que concebimos el personaje de la estrella del cine mudo, cuya carrera murió con el advenimiento del cine sonoro, empezamos a rodar”, afirmó Wilder, hablando de la génesis de la película. El señor Brackett es el co-guionista de Sunset Boulevard, un proyecto narrativo en el que también participó, por invitación de Wilder, D. M. Marshman Jr., quien escribía críticas de cine para la revista Life. Los tres empezaron a trabajar el 9 de agosto de 1948, y Marshman sugirió la relación entre la estrella de cine y un hombre joven. Ella viviría de sus viejas glorias, encerrada en su mansión de Sunset Boulevard, y él sería un guionista con problemas para conseguir trabajo. En este punto el proyecto se empantanó, hasta que Billy Wilder recordó una pequeña libreta en la que consignaba, cada vez que podía, las ideas que le surgían para incluir en sus películas. Y encontró la siguiente: “Una estrella del cine mudo comete un asesinato. Cuando la arrestan, ella ve las cámaras y las luces de los periodistas y piensa que está de nuevo en el mundo del cine”.

El guión volvió a fluir y los escritores decidieron darle el nombre de Norma Desmond a su personaje femenino, haciendo alusión a Mabel Normand, una auténtica estrella del cine mudo que tuvo amoríos con el director de cine mudo William Desmond Taylor, quien fue asesinado en 1922 y en cuyo crimen estuvo implicada la actriz. En cuanto a Joe Gillis, el protagonista de la historia, parece inspirarse en el propio Wilder, quien empezó su carrera como guionista rebuscador, y que como el personaje, dijo haber llevado a los estudios cientos de guiones que fueron rechazados. Gillis se convierte en el narrador de la historia, con la particularidad de que lo hace desde la  tumba, pues es asesinado al principio de la película y durante el resto de la cinta nos cuenta, en un gran flashback, cómo llegó a tan infortunado final. Así, Sunset Boulevard introduce una forma de focalización narrativa anómala, pues rompe con el sistema de expectativas del espectador, quien asume, en principio, que la historia debe ser contada por alguien que “vivió para contarla”[i]. Billy Wilder amaba los narradores en voz over, pues, como dijo alguna vez, “puedes decir en dos líneas algo que te tomaría veinte minutos dramatizar, exhibir y filmar”.

En diciembre de 1948 Wilder y Brackett entregaron un primer borrador del guión de Sunset Boulevard al estudio Paramount, e incluyeron una nota de advertencia en la que exigían completo sigilo, dándole al proyecto el carácter de “alto secreto”. Para ellos el peligro era que la gente de Hollywood se enterara de que estaban planeando una película sobre el mundillo del cine norteamericano, la cual podía convertirse en una parodia o en una crítica, impulsándolos a boicotear el proyecto. También es plausible que quisieran mantener en secreto el hecho de que el narrador está muerto, para que fuera sorpresivo a los espectadores. Para ello, los guionistas siguieron revisando el guión a lo largo del rodaje, y no entregaron la escena final (donde se revela el secreto del narrador) sino cuando ya estaban por terminar las sesiones de grabación. El pretexto de que todavía estaban trabajando en el final sonó verosímil, dado el método de escritura-rodaje que ya habían impuesto.

Para el personaje de Norma Desmond, Wilder pensó en varias estrellas marchitas del cine mudo, hasta que uno de sus amigos le sugirió el nombre de Gloria Swanson. La actriz no se encontraba completamente retirada, pues trabajaba en un Talk Show en Nueva York. Tras la invitación a participar en la película, el estudio le exigió presentar un casting, a lo que ella replicó que había hecho dos docenas de películas para la Paramaunt, así que todas ellas deberían bastar como “casting”, y concluyó: “sin mí, no existiría Paramount Pictures”, una frase que Wilder incluyó en su guión, poniéndola en boca de Norma.

Y es que, en efecto, la actriz despliega en el film varias rutinas que la hicieron famosa en su época de estrella del cine silente, como el sketch en el que imita a Charly Chaplin (que había hecho en la película Mandhandled de Alan Dwan, en 1924), o la escena del Tango que baila con Joe la noche de año nuevo, la cual replica la escena de tango con Rodolfo Valentino en la película Beyond the Rocks, dirigida por Sam Wood y estrenada en 1922. De hecho, la pieza musical principal de Sunset Boulevard, creada por Franz Waxman está inspirada en un tango, en alusión a la referencia que el personaje de Norma Desmond hace en la película. Una pieza musical que se va transformando, distorsionándose a media que Norma va derivando hacia la locura. Acerca de la música de Sunset Boulevard, John Caps (quien la considera una de las mejores composiciones para cine que se han hecho), afirmó: “los oscuros y cadenciosos pasajes introductorios ubican a la audiencia en el universo sonoro de un thriller, todo hecho de cuerdas tensas y cobres estridentes. Waxman hace girar su material sonoro en un ensayo que versa sobre los sueños muertos y el auto-delirio” (Citado por Gene D. Phillips en su obra Some Like it Wilder. The life and controversial films of Billy Wilder).    


Otro personaje que supone una relación particular entre el universo diegético de la película y la propia producción, es el de Max von Mayerling, el mayordomo de Norma y antiguo director del cine silente. Wilder le pidió a Erich von Stroheim que lo representara. Stroheim era un auténtico director del periodo mudo que, a mediados del siglo XX, estaba radicado en Paris y era considerado uno de los grandes de esa etapa del cine. De hecho, Stroheim había dirigido a Gloria Swanson en una de sus películas mudas. Wilder lo buscó en la ciudad luz, pero al director no le gustó mucho la idea, pues parecía que lo estuvieran invitando a parodiarse a sí mismo, como un director en decadencia que termina convertido en mayordomo. Para colmo, Cecil B. De Mille, que para Stroheim era un director mediocre y mucho menos talentoso que él, iba a hacer un cameo[ii] en la película, representándose a sí mismo como el “gran director” que era[iii], mientras que Stroheim estaba confinado a farfullar a la sombra de Norma Desmond. Sin embargo, las dificultades económicas que pasaba lo obligaron a aceptar, aunque nunca dejó de referirse a su personaje como “ese maldito mayordomo”. Curiosamente, en la parte de la película en la que Norma hace que Max proyecte una de sus viejas películas para que Joe la vea, el fragmento que se ve es de la película Queen Kelly, de 1928, en la que Stroheim fue director y Floria Swanson protagonista. Los dos tuvieron muchas peleas pues Stroheim era obsesivo y perfeccionista, al punto de que Swanson tuvo que quejarse con el principal financiador de la cinta, Joseph Kennedy (el padre de John F., el futuro presidente de los EEUU). La película nunca se terminó, pues Kennedy consideró que no podría competir con el cine sonoro que ya se había establecido. Como Swanson era productora de esta película, tenía derechos sobre ella, así que autorizó a Wilder proyectar un fragmento dentro de su producción. Y en ese momento de Sunset Boulevard es cuando Norma Desmond dice una de sus líneas más famosas: “No había diálogo, no lo necesitábamos. En aquella época teníamos rostros”.

Para la selección del actor que encarnara el papel protagónico, el de Joe Gillis, ocurrió otro evento curioso en esta red de cruces entre la realidad y la ficción. Wilder quería que el rol fuera asumido por Montgomery Clift, actor que trabajara con Fred Zinnermann, quien le habló elogiosamente de él. Así que lo invitó a participar en la película, pero Clift alegó que no consideraba verosímil que un actor joven y atractivo como él apareciera haciendo el amor en la pantalla con una mujer que lo duplicaba en edad. Wilder replicó que si era buen actor, podía hacer convincente el hacer el amor con cualquier mujer. Brackett, su co-guionista, le reveló al director las verdaderas razones por las que el actor rechazó el papel: tenía una affaire desde 1942 con Libby Holman, una vieja estrella de la escena newyorkina, quien le llevaba quince años de edad. Esta actriz había sido acusada, además, de haberle disparado a su joven esposo Zachary Reynolds, aunque finalmente su muerte fue declarada como suicidio. Así que Libby le dijo a Clift que el guión de Sunset Boulevard era una versión maquillada de su relación con Reynolds, y amenazó con suicidarse si Clift aceptaba el papel.

Finalmente, Wilder le dio el papel a William Holden, un actor con experiencia en comedias que tuvo miedo al principio de no ser capaz de representar un personaje dramático. El director lo convenció diciéndole: “Es fácil. ¿Conoces a Bill Holden? Entonces conoces a Joe Gillis”. En efecto, el actor estaba pasando por una situación muy similar a la del personaje, tratando de mantenerse vigente en el medio, sin conseguirlo del todo. Holden reconoció incluso que, cuando empezó su carrera, el también se había “prostituido”, poniéndose al servicio de actrices mayores.

Por otro lado, en Sunset Boulevard los espacios también son protagonistas, y están igualmente “enraizados” en el paisaje real de Hollywood (no es gratuito que el nombre de la película sea un topónimo).  La casa que sirvió para representar la mansión de Norma Desmond estaba ubicada el número 3810 de Wilshire Boulevard, pero en la película se le dio la dirección de 10086 Sunset Boulevard. La casa original pertenecía al multimillonario John Paul Getty, quien se la había dado a su ex esposa como parte del acuerdo de divorcio, pero ella no residía allí. La Paramount la alquiló por el tiempo que duró el rodaje. Se trataba de un edificio barroco construido en 1924, tratando de imitar los palacios renacentistas europeos. La casa no tenía piscina, así que se construyó una para la película, la cual se mantuvo en la mansión como parte de pago por el alquiler. En esta casa sólo se filmaron las escenas en exteriores, pues los interiores fueron rodados en estudio, en un minucioso trabajo de Hans Dreier, el director del departamento de arte de la Paramount, quien también había trabajado con Wilder en su anterior película Double Indemnity (1944). John Meehan fue contratado para el diseño de producción, pero Dreier lo supervisó todo el tiempo. Además de todo tipo de objetos decorativos que se acumularon para lograr la sobrecargada atmósfera de los interiores de este palacio, Wilder tomó prestadas varias fotos de la casa de Gloria Swanson para decorar con su imagen multiplicada el espacio vital de Norma Desmond. Así, logró convertir la sala del palacete en todo un museo de la actriz. En cuanto al espacio que caracteriza al comienzo de la película el hábitat de Gillis, se trata de los apartamentos de Alto Nido en el 1851 de North Ivar Avenue, cerca de Hollywood, mientras que los interiores también fueron creados en estudio. También se hicieron varias tomas en lugares característicos del medio cinematográfico, como la droguería Schwab de Sunset Boulevard, que fue un lugar de encuentro para los jóvenes aspirantes a guionistas o actores. En la película era el lugar donde Joe se encontraba con sus amigos.

 
Con todos estos elementos, Wilder y Brackett[iv] configuran una historia siniestra, cómica y melancólica a la vez, un homenaje, una parodia, un juego de espejos con la cultura y la sociedad del Hollywood de la primera mitad del siglo XX, que emula a larga escala el recurso del espejo a través del cual se logró conseguir la “vista de ojo de pescado” que Wilder quería para mostrar el cadáver de Joe Gillis, bajo el agua de la piscina pero aún observando ese mundo decadente que lo condujo a su fatal situación: un guionista fracasado se convierte en un guionista muerto, que aún después de pasar a mejor vida continúa narrando, esta vez su propia historia. Sin embargo, para terminar este extenso y más bien farandulero comentario (al mejor tono de esta autocrítica producción hollywoodense) he aquí un documento atribuido a Max, el mayordomo; un supuesto testamento recuperado por Graham Roberts y Heather Wallis en su obra Key Film Texts, otro relato apócrifo salido de las criptas de Sunset Boulevard.


El testamento de Max


“…así que no hay mucho tiempo, me temo, Mr. Von Mayerling; esas fueron exactamente sus palabras y, ¿quién soy yo para debatir con la profesión médica? Debo escribir mis últimas palabras, aquí, en esta cocina llena de telarañas, de la casa que todavía asumo como tuya, Norma, como nuestra, así como el chimpancé era nuestro, nuestro pobre niño-mono, que fue enterrado el mismo día en que nuestro némesis orilló su automóvil en nuestra calzada.

Sí, debo escribir. Hay tantos sentimientos fugaces que deben ser capturados, y vaya sentimientos que compartimos tú y yo. Cuando una vida perece, un mundo entero desaparece…

Todo fue culpa de Gillis. Él fue como el príncipe que se interna en el bosque enmarañado, descubre a la princesa y la despierta a una nueva vida. Supe, apenas lo examinaste con tus ojos –y en ese momento no estabas pensando, querida mía, en ese traje nuevo- que el sueño que habíamos compartido había llegado a su fin. ¿Qué quería ese hombre? Si sólo hubiera sido tu dinero, yo lo habría entendido. Incluso esa noche de año nuevo cuando huyó y regresó, maldito sea, él fue amable. O al menos eso me dijiste. Siempre estuviste segura de que lo tenías en tus manos; todo lo que se necesita, decías, es el aleteo de un billete de dólar. ¿Acaso esperaba algo más de ti?

Yo le dije a Gillis, le advertí a ese intruso: “Madame tiene sus momentos de melancolía”. Él no escuchó, o no le importó. Me veía como un mero despojo. Sin embargo, en mi mente yo era un emperador. Servirte –habías cepillado mi rostro con tu mano, que se había fundido con mi cámara, que me había mostrado el rostro de la vida a 16 cuadros por segundo, a pesar de que más tarde retiraste tu encantamiento y me arrojaste a la oscuridad exterior- servirte fue conocer la verdadera intimidad de la distancia. Más tarde me preguntaron por qué yo, el gran Max Von Mayerling, me había preparado para ser tu lacayo. No me importó decirles la verdad: que yo no era nada sin la idea de ti; y tú no eras nadie sin alguien que te recordara lo inmensa que esa idea había sido.

Sin embargo la idea nos mantuvo unidos, o no, aunque confundimos la luz reflejada del estrellato con la luz interior del amor. Ese fue nuestro triunfo y nuestra condena, querida mía: entregaste tu energía a ganar, y luego a recuperar, ese mundo, no ha dominar tu corazón. Yo simplemente quise realizarme a través tuyo, a cualquiera que fuera el costo para mi alma.

…y a través de esos largos años, luego de que el disparo atronara en la piscina (¡cómo hubiera querido haber sido yo el que jaló el gatillo!), supe, aún cuando tú no, que nos habíamos echado a la deriva en un barco dorado, con la vejez rompiendo en nuestra proa. Cada día en esta casa alimentamos juntos nuestra locura, incluso cuando los parásitos finalmente pululaban por los corredores, fue sólo tu locura lo que ellos liberaron, aleteando hacia el sol. No se dieron cuenta cuando grité: ¡Acción! Fallaron al no darse cuenta de que, con sólo esa palabra, yo estaba reviviendo el antiguo feliz balance de nuestra relación, el balance entre el observador y lo observado. Yo descendí esa escalera contigo, al menos en espíritu; te acompañé en la locura, justo hasta el final.

Oh, he vivido y buscado tanto… En las noches sólo tengo el consuelo de tu rostro; imagino que es el mío, que en realidad nunca he tenido otro.

¿Quién fue Joe Gillis? ¿Un caballero Blanco o un gigoló? Vi a la joven mujer esa última noche; era claro que ella era manipulable e insegura de sus emociones. Él estaba fingiendo cuando consideró escapar con ella; estaba fingiendo cuando salió de la casa hacia la piscina. Él habría girado y regresado en algún punto del camino, tarde o temprano; en el fondo él desconfiaba de la felicidad. Le tenía miedo: todos nosotros –él, yo, tú, la chica- porque en el fondo, nos odiábamos a nosotros mismos.

La vida, según he escuchado, puede ser extrañamente misericordiosa. Pero ahora dime, pues debo saberlo: ¿es que alguno de nosotros hace todos esos años merecía piedad? Empezamos siendo tan grandes, y nos fuimos volviendo tan pequeños, tan pequeños…




[i] En la película Kick Ass (Matthew Vaughn, 2010), el narrador-protagonista de la película hace un guiño a esta producción, cuando le dice a la audiencia que no esperen que por el hecho de estar narrando la historia, él está vivo, invitándolos a recordar Sunset Boulevard, American Beauty y otras producciones que utilizan este recurso de la “focalización post-mortem”.
[ii] También aparecen en la película Buster Keaton, Henry Byron Warner y Anna Nilson, otras estrellas del cine silente.
[iii] La participación de De Mille en la película también fue problemática, aunque se concretó gracias a Gloria Swanson, quien había trabajado con él en varias películas mudas, entre 1919 y 1921, y en una de ellas, The Affairs of Anatol (1921), De Mille la había apodado “Young Fellow” (“jovencito”, o “amigo mío”). Así que, cuando De Mille dudó en participar, pues no era capaz de memorizar los parlamentos, Swanson le escribió una nota en la que le decía: “Sr. De Mille: si usted actúa como usted mismo, estará maravilloso”, y la firmó como “Young Fellow”. Así fue como el director aceptó y, en la película llama a Gloria/Norma con este mismo apodo cariñoso. En Sunset Boulevard De Mille sale en el rodaje de su película Sansón y Dalila, que estaba rodando realmente.
[iv] Wilder y Brackett terminaron en malos términos, pues este último consideraba que el director estaba haciendo demasiado grotesca la puesta en escena de su guión. Se cuenta que incluso llegaron a los puños en alguna de sus discusiones.

martes, 27 de septiembre de 2011

Dark City – Alex Proyas (1998)

En uno de sus relatos, James Ballard imaginó una ciudad sin límites, una paradoja matemática en la que, cuando los protagonistas del relato trataban de encontrar un final o frontera, se encontraban con una curva que se prolongaba infinitamente. Alex Proyas imaginó, junto con los guionistas Lem Dobbs y David S.  Goyer, una ciudad que, desde cierto punto de vista es lo exactamente opuesto: una ciudad completamente limitada, encerrada, una isla que flota en medio del espacio. Sin embargo, para efectos de sus posibles habitantes, ambas ciudades constituyen una prisión, un espacio cerrado del cual es imposible salir.

El cine de ciencia ficción de los años noventa se caracterizó por lo que se ha dado en llamar un “giro solipsista”: tras los múltiples ataques al “principio de realidad” por pensadores como Jean Baudrillard (no en vano reposa en el cajón del apartamento de Neo un ejemplar de Simulacro y simulación), parecía que la conciencia escindida de finales de siglo se convertía en el territorio inestable donde se erigían las nuevas distopías, y el terror de Descartes a un “genio maligno” tomaba nuevo cuerpo en máquinas, inteligencias artificiales y otras fuerzas impersonales que proyectan universos virtuales en torno a individuos que dudan de lo que sus sentidos les presentan.

Hay cuatro películas que comparten esta temática y que han dado lugar a cientos de discusiones, acerca de posibles plagios o imitaciones: Piso 13, de Josef Rusnak, estrenada el 17 de septiembre de 1999; eXistenZ, de David Cronenberg, en teatros el 8 de octubre del mismo año; Matrix, de los hermanos Wachowski, también de 1999, el 21 de mayo; y la primera en orden cronológico, Dark City, del director australiano Alex proyas, estrenada el 22 de mayo de 1998. La proximidad de las temáticas ha suscitado comparaciones frecuentes, aunque las más cercanas han terminado siendo estas dos últimas producciones, pues algunos han encontrado similitudes no sólo en la idea general, sino en el argumento, el tratamiento visual, la puesta en escena y otros elementos. Jorge Morales, entre muchos otros, ha hablado incluso de “calco en todos los aspectos”, exigiendo una revaloración del que para él sería el film original, tristemente olvidado: la película de Proyas (en este enlace se puede ver una comparación de varios planos de ambas películas que sustentan el argumento de Morales: http://www.galeon.com/cinerama/actu2/matrixdarkcity.htm).

Si siguiéramos la idea del plagio hacia delante, las otras dos películas serían meras “copias” de una “copia”, replicantes fílmicos de un conjunto de ideas que, de hecho, tendríamos que retrotraer hasta la caverna de Platón o a las tradiciones gnósticas y al neo-platonismo, si no al budismo y otras filosofías orientales que se referían a este mundo como una ilusión. Sin exagerar esta compulsión intertextual, es claro que en la ciencia ficción del siglo XX, Philip K. Dick (conocedor de las tradiciones antes mencionadas) es el gran autor del simulacro, y un multiplicador de universos virtuales, dentro y fuera de las cabezas de sus personajes. Tradición continuada por los escritores Cyberpunk de los años ochenta, William Gibson a la cabeza, y que hoy en día es un tema común de la cultura popular. De modo que, por la vía del plagio o la imitación, no se llega más que a lugares comunes. Más interesante, en cambio, es contemplar lo que cada una de estas producciones tiene de singular, el énfasis que hace en ciertos aspectos vinculados a esa puesta en abismo de lo real (el desierto de lo real, bautizado por William Burroughs), no sin antes conceder que, al menos el calendario, le da la primacía al director de El Cuervo (1994).

En el caso de Dark City hay otro linaje que hay que rastrear, y que la conecta directamente con un tema caro a la ciencia ficción a lo largo del siglo XX (y que sigue bifurcándose ahora en el XXI): el tema de la Ciudad, la ciudad imaginada, soñada o proyectada por las ficciones científicas, cuya primera toma de vistas nos la entregó Fritz Lang en 1927, con su majestuosa Metrópolis. Pero si aquella ciudad imaginada primero por Thea Von Harbou y luego proyectada por Lang, era una alegoría espacial de la sociedad de clases y las asimetrías entre los ricos (pocos-arriba) y los pobres (muchos-abajo), la ciudad de Proyas parece representar espacialmente otro tipo de sociedad, otro tipo de ser humano: el de la era de la noopolítica, donde el control sobre las conciencias es más importante que el control sobre los medios de producción.


Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Dark City
 Vivian Sobchack, profesora emérita de la Universidad de California y autora de Screening Space: the American Science Fiction Film, ha dicho sobre Dark city:

La ciudad se convierte en algo amorfo y cambiante. Está cercada, así que se convierte en un laberinto, en el correlato material, es decir, visualizado, de lo que ocurre en la mente, en su esfuerzo por comprender quién eres, dónde estás, y cuál es tu sentido. En Dark City se ofrece una visión colectiva de ello. En cierto modo, creo que nuestra cultura, en el momento presente, se encuentra en ese mismo lugar, nuestra relación con los otros, la noción de nuestra persona, del yo, de la identidad. Dark City es una ciudad imaginaria y poética, fluye, es orgánica (…) No se trata de una ciudad con rascacielos, o de una ciudad de gran extensión, en el sentido de que sus fronteras son infinitas. Es en cierto modo toda una poética llevada al espacio, sobre esta sensación actual de estar desubicados en el tiempo y en el espacio. En gran medida es una especie de función del mundo en que vivimos y del tipo de espacios urbanos que ocupamos, donde nos sentimos alienados y desubicados, los lazos que nos unen con el pasado son bastante tenues, se alzan nuevos edificios, las viejas edificaciones descienden, hay renovaciones urbanas, las cosas no duran demasiado y estamos en una especie de revolución permanente de las comunicaciones. El lugar donde nos encontramos hoy en día es muy ambiguo.
 
Como se puede ver, esta película pertenece además a una generación de films y otros productos de la cultura popular (y en particular de la Ciencia Ficción, que cada vez se legitima más, por lo menos en la academia norteamericana) que han entrado a ser tema de reflexión intelectual en diversos niveles. Por ejemplo, Dana Polan, profesor de cine de la Tisch School of Arts de Nueva York, ha establecido paralelos visuales entre Dark City y la pintura de Edward Hopper. Este autor también cree que la película está influenciada por el cine europeo de mediados del siglo XX, aquellas películas que imaginaban una isla (real o simbólica) en la que los directores situaban a un grupo de personajes y los ponían a interactuar, introduciendo algún factor extraño o desestabilizante (Polan cita L’Aventura, de Antonioni, o El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, entre otras). Polan cree que Dark City, más que una reflexión sobre la identidad o la realidad, es una alegoría de la experiencia fílmica: John Murdock es una especie de espectador que lo está viendo todo, como si la realidad que lo rodea fuera para él una gran película que alguien manipula ante sus ojos. Una idea que también comparte Barbara Bennel quien, comparando esta cinta con el clásico de Ridley Scott, afirma:

Blade Runner y Dark City usan fotos y postales como desencadenantes de la memoria y, en ambos casos, estas representaciones visuales que llevan al pasado en Blade Runner y fuera de la ciudad en Dark city, son falsas. Estas formas de representación visual acotan de manera autoreflexiva el medio cinematográfico y sus capacidades.

Dark City y la pintura de Edward Hopper

Dark City y la pintura de Edward Hopper


Dark City y la pintura de Edward Hopper
 
Dark City y la pintura de Edward Hopper
A nivel narrativo, la cinta de Proyas propone un universo cerrado en el que los humanos son cobayas de una civilización extraterrestre, los cuales toman una apariencia antropomorfa (más bien vampírica, a lo Murnau). Estos “hombres de negro” a la inversa manipulan a los habitantes de la Ciudad Oscura, editan sus recuerdos, los intercambian, al tiempo que transfiguran permanentemente la ciudad, la cual es tan plástica y cambiante como la identidad de sus ciudadanos. Estos experimentos, conducidos por uno de los pocos humanos que es inmune a la influencia telepática de los extraterrestres, el doctor Schreber se ejecutan diariamente para que los “visitantes” puedan descubrir lo que de único tiene la especie humana. La clave parece ser la memoria, por lo que las manipulaciones se concentran en este aspecto. Cada individuo se convierte en una nueva persona después de despertar del trance inducido: cambian sus recuerdos pero también su entorno, su vivienda, las calles por las que transita. Todos cambian menos John Murdock, el protagonista, quien no sólo es inmune a la influencia telepática de los aliens, sino que comparte sus poderes telequinéticos.


En este punto es donde difiere Dark City de las películas mencionadas al principio y de cualquier fantasía solipsista: si la ciudad cambia no es porque sea una proyección virtual, una alucinación o el producto de la mente de Murdock o de los extraterrestres; al contrario, esta es una ciudad real, tangible, objetiva (al interior del universo diegético de la película), si bien sean poderes “mentales” los que permitan transfigurarla. Y la conciencia de Murdock, con sus falsos recuerdos, como los de los otros habitantes, son los que son maleables, intercambiables, frágiles. Y sin embargo, el protagonista se aferra a ellos, pues si sólo somos memoria, si ese conjunto de datos registrados hilvanados por nuestra conciencia es lo que nos constituye, Murdock se aferra a ellos, aunque sean falsos. E incluso en esa ciudad suspendida en el espacio, en esa isla imposible, John Murdock encuentra su Shell Beach, su infancia paradisiaca preservada en la memoria.
  
Claro, desde el punto de vista del género, Dark City también difiere, pues menos próxima al Cyberpunk y sus fantasías digitales, se retrotrae a la idea más ingenua de la ciencia ficción clásica, en la que los villanos eran oscuras entidades extraterrestres, dotadas de poderes paranormales, y no inteligencias artificiales o máquinas conscientes, como en las fantasías científicas más contemporáneas. En esto se asemeja más a cintas como Brazil, de Terry Gilliam, o la ya mencionada Blade Runner: algunos críticos han calificado esta tendencia, más visual y atmosférica que narrativa, como Future Noir, la combinación entre la estética de la novela negra y los universos futuristas de la ciencia ficción. Esta nostalgia hacia el pasado se materializa en varios niveles. Como ha señalado Barbara Bennel:

Dark City incluye referencias explícitas a la historia de la modernidad. Ella referencia la modernidad en el diseño y la arquitectura del paisaje urbano, pero también en el diseño de interiores y en el vestuario, y a través del nombre de uno de los personajes principales, el doctor Daniel Paul Schreber, quien fue el paciente de Freud en el famoso caso acerca de la paranoia, acerca del cual el propio Schreber escribió un libro. La referencia a la Viena del cambio de siglo y al comienzo de las teorías sobre la paranoia es irónica, pues el propio film ofrece una fantasía paranoica. Los diseñadores le dieron a la ciudad un “aire de anacronismo”, creando un guión lleno de “americanismo nostálgico”. La película combina acción en vivo con un planeta creado digitalmente por completo. Entre más avanza la tecnología, más se llena de nostalgia la ciudad cinemática, incluso cuando la nostalgia es creada con tecnología avanzada (Barbara Mennel. Cities and cinema).

En este sentido, Dark City se inscribe conscientemente en la tradición expresionista, en la que aquello que David Bordwell llama el estilo (esto es, el conjunto de componentes del medio cinematográfico: la fotografía, el montaje, la puesta en escena, la iluminación, los encuadres, etc.), además de reforzar y sostener el argumento, constituye sentido en sí mismo, convirtiéndose en un conjunto de superficies expresivas, más elocuentes a veces que la propia historia de la película. Toda una experiencia cinemática que parece trasponer esos elementos fílmicos a nuestra realidad, invitándonos a preguntarnos: ¿quién edita nuestro mundo cotidiano, quién está detrás de nuestros lapsus, vacíos y ausencias?

Dark City y la pintura de Edward Hopper
Ficha técnica

Director: Alex Proyas
Año: 1998
Guión: Alex Proyas, Lem Dobbs, David S. Goyer
Música: Trevor Jones
Cinematografía: Dariusz Wolski
Edición: Dov Hoening
Diseño de producción: George Liddle y Patrick Tatopoulos
Dirección de arte: Richard Hobbs y Michelle McGahey
Vestuario: Liz Keogh

Reparto

Rufus Sewell como John MurdochWilliam Hurt como  el Inspector Frank Bumstead Kiefer Sutherland como el Dr. Daniel P. Schreber Jennifer Connelly como Emma Murdoch / Anna Richard O'Brien como Mr. Hand (Sr. Mano)Colin Friels como el Detective Eddie WalenskiMitchell Butel como el oficial HusselbeckMelissa George como May (prostituta) 

jueves, 8 de septiembre de 2011

Faust - Eine deutsche Volkssage

Christian Metz, el fundador de la semiología del cine, afirmó alguna vez que el cine, aunque ha sido llamado un “arte de imágenes”, es por encima de todo, una forma narrativa, de modo que lo que hay de “lenguaje” en este medio poco tiene que ver con su visualidad. Sin embargo, hay películas de las que, más que una historia, un personaje o una escena, lo que recordamos es un decorado, un paisaje, una escenografía, un universo visual creado y destruido ante los ojos del espectador por la magia de la pantalla. Además de su narratividad, el cine es también un arte de las imágenes, una máquina de producción de universos visuales que expanden y enrarecen nuestro panorama imaginario.

No se trata, por supuesto, de oponer los distintos componentes fílmicos cuando, en realidad, se complementan y necesitan mutuamente. Los románticos alemanes soñaron con la Gesamtkunstwerk: la obra de arte total, aquella capaz de integrar múltiples formas estéticas y armonizarlas para producir la experiencia más plena de la aesthesis. Para los cineastas del expresionismo alemán, sólo un medio como el cine podía alcanzar tal objetivo, al integrar las múltiples formas de las diversas artes del momento: el teatro, la pintura, la música, la fotografía y el propio cine con sus nuevas estructuras: el montaje, los movimientos de cámara, etc.  Y dentro de las múltiples joyas multiformes que nos ha legado este movimiento cinematográfico, rutila especialmente el Fausto de Friedrich Wilhelm Plumpe, quien luego tomaría el apellido Murnau. Película que para los críticos y espectadores de la época constituyó la auténtica y definitiva Gesamtkunstwerk.

Este juicio ha sido compartido por muchos más en las décadas posteriores. Entre ellos, por el cineasta francés Eric Rohmer, quien le dedicó todo un libro a esta película, en la definió como “La más grande película del más grande cineasta”. Rohmer también escribió sobre ella: “la materia de esta película es su forma, nada está para ser percibido más que su figura, en el sentido geométrico de la palabra, purificada de cualquier asociación intelectual”. Así que, además de ser una de las adaptaciones más elogiadas del mito tradicional de Fausto, muy cercana a la versión que de éste nos legó Goethe (con toda su carga metafísica, religiosa, moral, filosófica, esotérica, etc.), la obra de Murnau es entonces una obra para ser vista, un festín para la mirada. 

Poster original de la película, al estilo de los grabados medievales
 Claro, no podemos olvidar que se trata de una adaptación literaria. De acuerdo con muchos expertos, el tema de Fausto parece ajustarse de manera precisa al medio cinematográfico. Antes de la película de Murnau ya se habían realizado varias versiones en forma de cortos y mediometrajes, como las de Georges Méliès en Francia o George Smith en Inglaterra. Georg Seesslen ha contado más de cincuenta adaptaciones al cine. De acuerdo con Osman Durrani, esta “afinidad electiva” entre Fausto y el cine se debe, en los primeros tiempos de la historia del cine, al hecho de que los primeros realizadores eran en su mayoría ilusionistas, “que estaban favorablemente ubicados para reconocer que cualquier historia que envolviera magia podía ser fácilmente transferida a un medio misterioso, parpadeante e inestable”, como el cinematógrafo.

 

Así mismo, otros expertos como Ulrich Gaier han demostrado que la propia obra de Goethe estaba plagada de “dispositivos fílmicos” que excedían las posibilidades del teatro en su puesta en escena, anticipando las posibilidades técnicas del film. En la concepción de la segunda parte de su Fausto Goethe utilizó un dispositivo precinematográfico, el aparato de las Fantasmagorías (un uso teatral de la linterna mágica para proyectar imágenes sobre tela en un escenario dramático). De acuerdo con los historiadores, Murnau estudió en detalle las referencias visuales del poeta alemán y las encontró cercanas a su propia idea de las figuras fílmicas.

Por otro lado, el tema de Fausto se remonta al siglo XVI, inspirado aparentemente en un personaje histórico real, un alquimista de la ciudad de Knittlingen. Su primer avatar literario es el llamado “Fausto de Spies”, nombre del editor que publicó la primera versión impresa de este mito. Se trataba de un Volksbuch o “libro popular”, que tubo amplio éxito en la época y que constituye la fuente de La trágica historia del Doctor Fausto, del escritor británico Christopher Marlowe, publicada en 1592. A partir de allí ha habido también múltiples versiones y variaciones del tema y del personaje, siendo las más célebres la de Goethe y luego, en el siglo XX, el Doctor Faustus, de Thomas Mann. Para muchos otros Fausto es, finalmente, mucho más que un personaje literario o cinematográfico: es un auténtico arquetipo, una figura simbólica que reúne un rasgo fundamental de la psique humana.

 

El Fausto de Murnau logra actualizar este arquetipo para el público de masas del cine de los veintes, con una estrategia que se instala en el núcleo del medio cinematográfico: además de sus pretensiones de “Gran Obra”, el cineasta alemán introdujo en ella el melodrama, a través de la historia de amor entre  Fausto y Gretchen/Margarita, pero también a través de sus espeluznantes imágenes, y sus efectos especiales que, como los de Metrópolis de Fritz Lang un año después, llenaron de perplejidad los ojos recién acostumbrados a la magia de la pantalla de los espectadores fílmicos.

Fausto o el Alquimista, de Rembrandt
Y es que en el expresionismo alemán los efectos especiales eran un tono más, rico y diverso, en la paleta de los cineastas: el demonio inmenso asechando la ciudad y regando su plaga sobre ella, los jinetes apocalípticos surcando la noche o las luces emergentes durante la invocación del maligno, así como los recorridos aéreos de Fausto y el demonio por geografías extensas, acercan la pericia técnica a la riqueza de la pintura. Lotte Eisner afirmó que el Fausto de Murnau constituye el clímax del claroscuro, en la mejor tradición de Rembrandt, a quien el cineasta alemán también estudio. Seguramente conocedor de sus grabados y pinturas, y en particular de Fausto o el alquimista, ese misterioso grabado de Rembrandt que ha sido todo un emblema para distintas órdenes esotéricas, es otra ventana a ese mismo mundo de blancos y negros profundos que Murnau pone en movimiento ante nuestros ojos.
 
Una de las se cuencias de efectos especiales más impresionantes

Y esto lo logró a través de un trabajo minucioso, obsesivo: se cuenta que Murnau rodó varias veces cada escena, que quería tener un control total hasta de cada gesto de los actores (la más torturada fue la joven Camilla Horn en el papel de Gretchen), y que editó también varias versiones de su película; se conservan hoy en día cinco copias distintas. Ya en los años veinte el cine era una gran industria, y Alemania era uno de sus epicentros, a la altura de Hollywood. La película de Murnau fue la más costosa de su momento: dos millones de marcos alemanes de la época, pero en taquilla sólo recuperó la mitad. Fue la producción más cara para la UFA (Universum Film AG, el estudio de cine más importante de Alemania durante la república de Weimar y durante la Segunda Guerra Mundial) hasta Metrópolis de Lang, que un año más tarde, costó 5 millones. 

Múltiples tomas: un director obsesivo.
El Fausto de Murnau supo integrar así las más altas pretensiones artísticas con un sentido del melodrama que le permitió atraer a ese público de masas que, según Walter Benjamin, el cine estaba construyendo. Los comentaristas del motivo fáustico en la literatura y el cine han dicho que las versiones fílmicas (y esto es herencia del teatro) siempre han tendido a ser más optimistas, más cómicas o festivas que las versiones en prosa narrativa, de carácter más moralizante o con finales más nefastos para el atrevido personaje que entregó su alma a cambio de los demoniacos favores. La versión de Murnau lo confirma: la magistral representación de Emile Jannings nos entrega un Mefisto que puede aterrar o divertir (de particular recordación es la escena cómica en la que seduce a la tía de Gretchen/Margarita), y cuya caracterización en términos de gestualidad, vestuario y maquillaje debería haber trascendido a icono de la cultura popular como el Nosferatu de Max Schreck, el Drácula de Lugosi o el Frankenstein de Karlof.

Para Murnau esta película supuso su última producción realizada en Alemania, pues el mismo año de su estreno el cineasta emigró a Estados Unidos, donde continuó su carrera en Hollywood. Al año siguiente de su llegada, rodó Sunrise, película considerada como una de las cien mejores de todos los tiempos. La llegada del cine sonoro no fue muy afortunada para el cineasta alemán, quien realizó dos producciones poco afortunadas en esta transición. Murnau acabaría sus años en un accidente automovilístico, en compañía de su joven amante filipino, un muchacho de 14 años, de modo que no alcanzó a ver el estreno de su última película, un documental que registraba sus viajes por el sur del pacífico. Su vida, chiaroscura como sus películas, nos deja todo un legado de fantasmagorías. En cuanto a su Fausto, nos sirven como cierre estas líneas de Helmut Schanze:

El Fausto de Murnau es un conjunto de diferencias, una deconstrucción de líneas; como tal, debe ser contextualizada en una estructura visual y textual abierta. Cruza los límites de las artes, las nuevas y las viejas formas de arte, de las imágenes y del sonido, de la oscuridad y de la luz, del arte y de la naturaleza humana. El “découpage intégral” (Rohmer) de Murnau tiene sus raíces en la historia literaria, la historia de las artes visuales, así como en la historia del propio cine. El complejo espectro de la magia del cine emerge de esta estructura básica: el mito de Fausto.

Ficha técnica

Dirección: F.W. Murnau
Producción: Erich Pommer
Guión: Hans Kyser
Fotografía: Carl Hoffman - Günther Rittau
Música: Walter R. Heymann
Duración: 106 minutos

Reparto:

Gösta Ekman: Fausto
Emil Jannings: Mephisto
Camilla Horn: Gretchen / Marguerite
Frida Richard: Madre de Gretchen / Marguerite
William Dieterle: Valentín, hermano de Gretchen
Yvette Guilbert: Marthe Schwerdtlein, la tía de Gretchen
Eric Barclay: Duque de Parma
Hanna Ralph: Duquesa de Parma
Werner Fuetterer: Arcángel

Para ver la película completa en línea:

La palabra que vence al demonio y redime a Fausto

Mefisto vencido y expulsado
 
El UFA PALAST, donde se estrenó la película en 1926

Dibujos de apoyo para la producción

Dibujos de apoyo para la producción