Hoy, 28 de octubre, fecha en que se celebra el día internacional de la animación, este es mi pequeño homenaje.
De la misma manera que el narrador invisible de la película de Piotr Kamler, supe de la existencia de Cronópolis a través de un libro, no tan antiguo, pero si extraño en su manera de referirse al cine: la imagen-tiempo, de Gilles Deleuze, segundo volumen de sus “estudios sobre el cine”. En esta obra, el filósofo francés introducía la película de Kamler en su capítulo sobre las “puntas del presente y capas del pasado”, donde contrastaba dos maneras de asumir la temporalidad en el cine: la primera encarnada por Robbe-Grillet, la segunda por Alain Resnais.
Esta es, según creo, la única alusión a una película animada en los
dos volúmenes sobre cine de Deleuze, o al menos una de las pocas (*). Sin
embargo, es de gran importancia, y le sirve además al autor como un pequeño
juego de estilo, pues en esta primera alusión, simplemente encuentra una
correspondencia llamativa entre sus dos figuras de la temporalidad, y los
juegos visuales de los personajes de la película: “En un dibujo animado (sic!),
Chronopolis, Piotr Kamler «modelaba» el tiempo con dos elementos, pequeñas
bolas manejadas con puntas, y capas maleables envolviendo a las bolas. Los dos
elementos formaban instantes, esferas pulidas y de cristal pero que se oscurecían
rápidamente, a menos que...” Y aquí Deleuze deja en vilo al lector anunciando
que “más adelante tendremos la continuación de esta historia animada”.
Ese “más adelante” adviene en el capítulo siguiente, las potencias de lo falso. Allí, Deleuze
revela aquello que interrumpía los juegos temporales de los cronopolianos: “...la
Chronopolis de Kamler muestra que los elementos del tiempo tienen necesidad de
un encuentro extraordinario con el hombre para producir algo nuevo”. Emulemos
al filósofo francés y dejemos para más adelante el significado de esta frase.
Por ahora, sólo quiero decir que desde que encontré esta referencia, me dediqué
a buscar la película de Kamler, en una época en la que no existía todavía
youtube, ese vademécum audiovisual que pone a nuestro alcance, aunque no
siempre en la mejor calidad, o no siempre completa, buena parte de la tradición fílmica.
Y aunque hace ya bastante tiempo que llegó a mis manos, sólo
recientemente fui capaz de verla entera de un solo tirón, aunque en su
versión definitiva de 1988 dura poco menos de una hora (la versión más larga, estrenada en 1982, dura 66 minutos y tiene una narración en off). Muchas veces la dejé correr, me entregué a contemplar
algunos fragmentos, fascinado por esos paisajes mecánicos, esas estructuras imposibles,
esos personajes que, en su silencio y solidez, efectivamente parecían
esculturas intemporales, o sacadas de un tiempo previo a todo tiempo.
Tal vez, en cuanto a su historia, me había conformado con la sinopsis
que aparece al principio, y que aquí reproduzco:
No hay pruebas suficientes de la
no-existencia de Cronópolis. Por el contrario, los sueños y manuscritos
coinciden en revelar que la historia de la ciudad es una historia de eternidad
y deseo. Sus habitantes, hieráticos e impasibles, tienen como única ocupación y
por único placer, el de componer el tiempo.
A pesar de la monotonía de la inmortalidad,
ellos viven a la espera; un acontecimiento importante debe sobrevenir a partir
del encuentro de un instante particular y de un ser humano. O este instante
esperado se prepara…
Bueno, no es exactamente una sinopsis, sino una introducción, y parece
dejar a la expectativa lo que ocurrirá cuando dicho acontecimiento ocurra. Sin
embargo, sirve para orientarse en una serie de secuencias cuya reiteración y
ambigüedad dificultan la construcción de un relato: Kamler crea bucles de
series de movimiento, introduciendo en ellas sutiles variaciones, que van
haciendo avanzar su borrosa secuencia narrativa a la manera de las músicas
seriales. A través de estas secuencias, se pueden identificar distintos
personajes, los cronopolianos, cada uno de los cuales tiene su particular forma
de construir el tiempo y de jugar con él: uno manipula algo así como una hoja o
tela bidimensional, que se mueve y da vueltas y desaparece: otro crea
minúsculas esferas, las hace girar y fragmentarse, uno más construye discos y
los hace volar y crear figuras en el aire, mientras aquel da vida a un enjambre
de puntos negros, que se mueven como una sola entidad, construyendo patrones
geométricos en su vuelo alternado. Y hay muchas otras formas audiovisuales en
las que los cronopolianos, en general, manipulan formas abstractas,
bidimensionales, que se transforman una y otra vez, volviendo a su forma
original y perdiéndola, en series cíclicas y regulares.
Los paisajes en los que estas mutaciones acontecen son de gran
riqueza: unos parecen máquinas, cajas, estructuras, cubos dentro de cubos,
tableros informáticos como las entrañas de un computador antiguo, arcaico e
imposible, como hecho de arcilla. Después de todos sus experimentos con las
formas, los maestros del tiempo crean finalmente una esfera más grande que las
otras, redonda y pura, aunque maleable, que tiene vida propia e incluso, se
podría decir, personalidad. Los cronopolianos juegan y experimentan con ella,
sometiéndola a todo tipo de movimientos y pruebas, hasta que una de sus
máquinas logra abrir un orificio sobre su superficie, y uno de ellos introduce
una especie de órgano en su interior, para luego cubrir el agujero y dejarla en
libertad.
La aparición del ser humano es anunciada desde uno de los primeros
planos de la película, en el que se ve una serie de alpinistas escalando un
muro completamente vertical, aferrados a una cuerda. Estos alpinistas no
vuelven a aparecer sino hasta muy adelante, cuando el acontecimiento se
produce, por obra de uno de los maestros del tiempo, que convierte
momentáneamente una de sus formas geométricas en un pájaro, el cual vuela hacia
los alpinistas y picotea la cuerda por la que trepan, hasta que el último de
ellos, al parecer el más torpe, se precipita al vacío. Sin embargo, la caída
libre del alpinista se convierte en vuelo, y lo vemos girar y planear por el
cielo, con gracia y experticia, hasta que aterriza en Cronópolis.
A su llegada, el alpinista se encuentra, casi que inmediatamente, con
la esfera blanca, y surge entre ellos una empatía inmediata. El hombre acaricia
aquel volumen blando con ternura, si no es que con algo de sensualidad, y la
esfera reacciona con simpatía. Los dos seres se entregan a la danza, al juego,
al regocijo. Es casi una microhistoria de amor entre el alpinista y la esfera,
hasta que los cronopolianos intervienen. Parecen querer separar a los dos
personajes, aunque lo hacen con esa indiferencia y ese espíritu frío del
científico que sólo quiere ver qué pasa.
Esa misma desidia permite que el alpinista descubra que la esfera lleva en su interior algún artilugio de los maestros del tiempo, así que abre también una fisura en su superficie y extrae aquel corazón rojo e inerte que le habían insertado. La esfera y el hombre retornan a sus juegos y aquella emancipación parece introducir el deterioro de la temporalidad en aquel universo: los objetos, los paisajes, las superficies y finalmente, los propios maestros del tiempo, se van corroyendo y volatilizando, hasta que toda Cronópolis es reducida a sombras, mientras el alpinista y la esfera huyen alegres, él corriendo con gracia y ella rebotando, mientras el plano se abre y los hace cada vez más pequeños sobre una frágil cuerda que los sostiene en el vacío.
Esa misma desidia permite que el alpinista descubra que la esfera lleva en su interior algún artilugio de los maestros del tiempo, así que abre también una fisura en su superficie y extrae aquel corazón rojo e inerte que le habían insertado. La esfera y el hombre retornan a sus juegos y aquella emancipación parece introducir el deterioro de la temporalidad en aquel universo: los objetos, los paisajes, las superficies y finalmente, los propios maestros del tiempo, se van corroyendo y volatilizando, hasta que toda Cronópolis es reducida a sombras, mientras el alpinista y la esfera huyen alegres, él corriendo con gracia y ella rebotando, mientras el plano se abre y los hace cada vez más pequeños sobre una frágil cuerda que los sostiene en el vacío.
Piotr Kamler nos cuenta esta historia a través de la técnica del stop
motion, o animación cuadro por cuadro, alternada con algunas secuencias de
dibujo animado, sobre todo para las esferas, los círculos y otras figuras
geométricas. Según se sabe, la labor de este cineasta era casi solitaria: el
mismo hacía las marionetas, los decorados, operaba la cámara y diseñaba las
estructuras que le permitían crear y sostener sus universos fantásticos. Claro,
tenía auxiliares en los distintos oficios de la producción que aparecen
debidamente en los créditos de su película, incluyendo a su esposa, quien
diseñaba el vestuario de las pequeñas criaturas de arcilla, pero casi todo el
trabajo lo hacía él directamente, pasando largas horas en su estudio. El único
dominio donde la responsabilidad creativa recaía en buena parte en otros, era
en la música y el sonido. Para Cronópolis, el encargado fue Luc Ferrari, famoso
compositor francés, que transitó por las grandes formas de la modernidad
musical del siglo XX: atonalidad, música concreta, música electroacústica… De
hecho, Ferrari y Kamler se conocieron en el famoso grupo de investigación de
Pierre Schaeffer, el GRM (Groupe de Recherche Musicale, inicialmente, GRMS,
Groupe de Recherche de Musique Concrète), al que el animador también perteneció.
Ferrari contribuye a darle a Cronópolis una existencia sonora igual de
singular a sus imágenes: músicas y sonidos que parecen salir también de
máquinas imposibles, magnéticas y electrónicas, que se alternan en algunas
secuencias con instrumentos de cuerdas, precisamente en los pasajes donde el
diseño sonoro adquiere una estructura más similar a la de la música
tradicional. En general, se trata de ecos, silbidos, ruidos de fondo de
mecanismos que respiran y se repiten y vibran, en esa existencia sonora de los
artefactos, continua y monótona, pero que hace que en nuestras ciudades ya no
haya silencio. Más que sincronismo, la sonoridad le da un espesor particular a
cada atmósfera, creando un efecto de pesadez que se superpone a los bucles
visuales, permitiendo insinuar esa atemporalidad de la ciudad donde nace todo
tiempo.
A propósito de su técnica, en una entrevista que ofreció para la
televisión de su país, Krzysztof Wojciechowski le preguntó a Piotr Kamler, refiriéndose
a las estructuras hechas por él mismo de tubos y plaquetas que el animador
utilizaba para sostener sus escenografías y aparatos de registro: “actualmente
los computadores dominan el mundo entero, en todos los ámbitos, y usted, sin
embargo, se detuvo de alguna manera en la construcción manual, se quedó
trabajando con sus antiguos instrumentos, sus tubos y sus tablas…”
Y esta fue la respuesta de Kamler: “siento un poco de desdén en lo que
usted me dice; no debería tomarse estos tubos tan a la ligera, Mister Krzysztof.
Gracias a ellos he podido realizar todas mis películas, y eso me ha permitido
trabajar en lugares verdaderamente inhabituales e interesantes: en un viejo
molino sobre el Loria, en el granero de un convento de Carmelitas en París, o
en el establo donde alguna vez pasaron la noche los caballos de Napoleón. Y
sobre todo, me han permitido instalarme aquí, en la rivera de este pequeño río
pintoresco y de este lago, así que su desprecio es infundado. Además, estos
tubos tienen cualidades verdaderamente únicas: se pueden transportar en el baúl
y hacer con ellos estructuras extremamente sólidas, así que tienen inmensas
cualidades. Por otra parte, mis instalaciones no están constituidas solamente
por tubos y planchas. De hecho, tengo una cámara, de 1920 para ser honestos,
pero ideal y sólida como un Rolls Royce, tengo un lente con una óptica
perfecta, y todas mis instalaciones móviles y los reflectores funcionan con
cojinetes de bolas. Por ejemplo, utilizo cabezas de registro de una gran
calidad, así que no se trata solamente de tubos y tablas, y he podido realizar
con este material cosas que, yo diría, son bastante complicadas”.
Kamler mostrándole su estructura de tubos a Krzysztof Wojciechowski |
Auténtico artesano, Kamler tendría muchos otros argumentos para
defender su técnica, su “arcaísmo”. Pues si bien la animación digital nos ha
ofrecido grandes piezas audiovisuales, cada una con su estilo y sus propias innovaciones
técnicas, la imagen impoluta que producen los computadores parece uniformizar,
al menos en cierto nivel general, su apariencia visual, su ritmo y movimiento.
En esta animación artesanal, en cambio, la huella de la singularidad está por
todas partes, las contingencias de la producción, los materiales, los aparatos
ópticos. Incluso las pelusas y rayones de la película, a veces emulados por
filtros y artificios digitales, tienen en este caso ese carácter único de los
pliegues de la piel, de las huellas dactilares.
Es entonces el momento de retomar a Gilles Deleuze, quien nos recuerda
la tarea y la importancia de personas como Piotr Kamler: “sólo el artista
creador lleva la potencia de lo falso a un grado que se efectúa, no en la
forma, sino en la transformación. Ya no hay verdad ni apariencia. Ya no hay
forma invariable ni punto de vista variable sobre una forma. Hay un punto de
vista que pertenece a la cosa hasta tal extremo que la cosa no cesa de
transformarse en un devenir que es idéntico al punto de vista. Metamorfosis de
lo verdadero. Eso es lo que es el artista, «creador de verdad», pues la verdad
no tiene que ser alcanzada, hallada ni reproducida, debe ser creada. No hay otra
verdad que la creación de Nuevo: la creatividad, la emergencia, lo que Melville
llamaba «shape», por oposición a «form». El arte es la incesante producción de
shapes, relieves y proyecciones. El hombre verídico y el falsario forman parte
de la misma cadena, pero finalmente no son ellos quienes se proyectan, se
exaltan o se ahuecan, sino el artista, creador de lo verdadero, allí mismo
donde lo falso alcanza su última potencia: bondad, generosidad”.
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(*) En el primer volumen, La imagen-movimiento, Deleuze escribe: “…el cine constituye el
sistema que reproduce el movimiento en función del momento cualquiera, es
decir, en función de instantes equidistantes elegidos de tal manera que den
impresión de continuidad. Cualquier otro sistema que reprodujera el movimiento
por un orden de poses proyectadas en forma que pasen unas a otras o que se
«transformen», es ajeno al cine. Y esto se comprueba cuando se intenta definir
el dibujo animado: si pertenece plenamente al cine, es porque aquí el dibujo ya
no constituye una pose o una figura acabada, sino la descripción de una figura que
siempre está haciéndose o deshaciéndose, por un movimiento de líneas y puntos
tomados en instantes cualesquiera de su trayecto. El dibujo animado remite a
una geometría cartesiana, no euclidiana. No nos presenta una figura descrita en
un momento único, sino la continuidad del movimiento que la figura describe”.
hola hola! soy Florencia estoy asombrada, hace unas semanas comenze a buscar info en internet de piotr y encontre poco y nada y no puedo creer que hace 5 días subiste esto, toda esta info la recapitulaste del libro de la imagen-tiempo, de Gilles Deleuze,?
ResponderEliminarlas fotografias también?
Hola, Florencia. No, en el libro de Deleuze sólo sale lo que está en las dos citas que uso en el artículo, de resto no dice nada más. Las imágenes son fotogramas directamente sacados de la película, y la información que utilizo en el artículo alguna la tomo de la entrevista que menciono, y que viene completa en el DVD recopilatorio de la obra de Kamler, otra la he ido encontrando en diversas fuentes sobre animación, o sobre música contemporánea. Me alegra que te haya gustado.
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