miércoles, 2 de noviembre de 2011

Las vidas posibles de Mr. Nobody (2009) – Jaco Van Dormael


El director belga Jaco Van Dormael tiene en su haber apenas tres largometrajes, y entre el primero y el último hay un lapso de 18 años. Ha sido más prolífico en el ámbito de los cortometrajes y participó en el famoso proyecto Lumière y Compañía, Organizado por Sarah Moon, quien convocó a cuarenta directores de todo el mundo para que realizaran cortometrajes de 52 segundos de duración, utilizando el cinematógrafo original de los hermanos Lumière. Para ese entonces, Van Dormael sólo era el director de un largometraje, Totó le Heros una película estrenada en 1991, sorprendente y particular, que lo hizo visible en el panorama mundial (bastante difícil de conseguir hoy en día). Sus calidades como cineasta se vieron confirmadas cinco años después, con la cinta El octavo día, una de las cintas más populares sobre personajes con discapacidad cognitiva. Pero entre esta producción y su largometraje más reciente, Mr. Nobody, pasaron 13 años. Y es que esta última película se distancia no sólo temporal sino también temáticamente de la anterior; en este caso, Van Dormael sorprendió al público mundial con una cinta de ciencia ficción, que es a la vez un drama singular sobre el amor, los encuentros y desencuentros.

El teórico australiano Allan Cameron acuño la expresión narrativa modular para referirse a películas que, como Mr. Nobody, proponen múltiples líneas narrativas, que se alternan a través de estructuras fragmentadas y superpuestas según distintos modelos. En el caso de la cinta que nos ocupa, esta “multilinealidad” sigue el esquema de lo que Cameron denomina narrativas bifurcadas (la expresión en inglés es forking path narratives, o narrativas que, como un tenedor, tienen una vía inicial que se bifurca en otras). Esta complejidad narrativa utiliza como pretexto el tema del famoso efecto mariposa de la teoría del caos (que además da nombre a la famosa película que también forma parte de las narrativas bifurcadas), según el cual una pequeña variación o accidente detona cambios radicales en un determinado estado de cosas: el aleteo de una mariposa en Japón, que produce una tempestad al otro lado del mundo.

El efecto mariposa, explicado en la película por el pequeño Nemo...

En este caso no se trata sólo del clima, sino de la vida de Mr. Nobody, cuyo decurso cambia por acontecimientos minúsculos, como el hecho de que cuando sus padres se divorcian y el corre detrás del tren que aleja a su madre de su lado, uno de sus zapatos, por estar desamarrado, se le desprende del pie y le impide alcanzar el tren, o que la primera gota de agua de una lluvia que cae justo en el papel donde anotó el teléfono de su amada, borrándolo e impidiendo que se vuelvan a encontrar. Sin embargo, lo particular de esta película es que nos cuenta las dos versiones, es decir, lo que habría ocurrido si no hubiera perdido su zapato, y él hubiera alcanzado a abordar el tren para irse a vivir con su madre, en lugar de permanecer al lado de su padre en la otra versión de esta curiosa biografía.

Nemo corre hacia su madre, pero el zapato se le cae...

Las bifurcaciones de la vida de Mr. Nobody, llamado Nemo, se estructuran a partir de su relación con tres mujeres distintas, que conoce cuando es todavía un niño, de modo que, en general, tenemos tres versiones de su vida: en una termina casado con Anna (la morena), en la otra con Elis (la rubia) y en otra con Jean (la oriental). La vida con Anna empieza cuando Nemo logra subir al tren e irse con su madre, quien se organiza con otro hombre, que resulta ser el padre de Anna, de modo que su romance se desarrolla en el seno de la nueva familia, censurado por los dos padres. Anna es alocada y divertida, y juntos descubren la transición a la madurez. 


Al interior de esta línea narrativa también hay bifurcaciones, pues Nemo y Anna se separan y su eventual reencuentro se resuelve en nuevas variaciones. La relación con Elis se da cuando Nemo no alcanza a subir al tren y se ve obligado a vivir con su padre, quien se va deteriorando lentamente y depende de Nemo para su cuidado. Elis es ciclotímica y termina juntándose con Nemo porque su anterior novio ya no quiera saber de ella. Luego, cuando crecen y tienen hijos, es una madre descuidada, que se sume en depresiones profundas para luego irrumpir en una fase maniaca que trastoca todos los órdenes familiares. Con ella, Nemo nunca sabe si es amado o no, si es feliz o infeliz. En la historia con Jean, variación de la vida al lado de su padre, Nemo experimenta una existencia absolutamente plana y normal, vacía y llena de rituales cotidianos absurdos, con una esposa fría y distante. En este decurso, Nemo termina arrojándose en su automóvil a un lago, y muere en las profundidades, llevando esta línea narrativa a un punto ciego paradójico. 

La gota que evita el reencuentro con Anna...

 Después de conocer las tres vertientes, el espectador puede notar, comparando los tres decursos narrativos, que una de ellas es “la adecuada”, de modo que las otras dos historias son más desafortunadas cuando se concretan, mientras que la historia de amor con Anna lo es cuando no se consolida. Este énfasis está justificado en el hecho de que la historia es contada por el propio Mr. Nobody, quien es, en el futuro, el ser humano mortal más viejo del planeta, y le narra su vida a un periodista que está haciendo un especial sobre tan peculiar personaje. Y aunque el Sr. Nobody recuerda porque ha sido inducido a hacerlo previamente a través de la hipnosis, esta focalización en “primera persona” explica también la existencia de múltiples vertientes, de las confusiones y la superposición de las versiones distintas: como los viejos narradores de cuentos, el señor Nobody le da “color” a sus historias, las adorna y trastoca, pero también puede ser que su memoria lo engaña y que, como todo recuerdo, tiene mucho de invención. El periodista, en este caso, funciona como un personaje que representa al espectador, en la medida en que es quien “escucha” la historia de boca del anciano, y se hace preguntas similares a las que nos hacemos los espectadores de la película y se las dirige al narrador. Pero la película tiene otro giro narrativo, otra variación en este tema de las versiones múltiples, que se resume en el siguiente diálogo:

Periodista: todo lo que me ha dicho es contradictorio, usted no puede estar en un lugar y en otro al mismo tiempo.
Nemo (anciano): todo lo que digo es que tenemos opciones…
P: De todas esas vidas, ¿cuál de esas vidas es la correcta?
N: Cada una de esas vidas es la correcta. Cada camino es el camino correcto. Todo no pudo haber sido de otro modo, sin dejar de tener tanto significado. Diles que fueron aliens… Oh, eres muy joven para eso.
P: usted no puede estar muerto y estar aquí. No puede no existir. ¿Hay vida después de la muerte?
N: Jajajajaja… Después de la muerte… ¿Cómo puedes estar tan seguro de que existes? Tú no existes. Tampoco yo. Ambos vivimos solamente en la imaginación de un niño de 9 años. Estamos siendo imaginados por un niño de 9 años que no teme a opciones imposibles.


Este diálogo se conecta con la narración en off que, al principio de la película, con la voz del Nemo-niño, dice reflexiona acerca de la dificultad de tomar decisiones, y cómo cuando no se decide nada, todo permanece abierto a posibilidades infinitas. Así, en el desenlace vuelve a ser la voz del Nemo-niño la que empieza diciendo: “en el ajedrez se le llama Sit Suan”, y la voz del Nemo-anciano termina la frase: “cuando la única jugada posible consiste en no mover”.

La complejidad narrativa de Mr. Nobody está vehiculada en una propuesta audiovisual rica y coherente con su tema. El montaje se acelera o se ralentiza según los ritmos de la historia, e incluso se invierte y va hacia atrás después de la epifanía final en la que volvemos al momento en que el Nemo-niño decide cual es el camino que prefiere. Cuando Nemo es un bebé, vemos su universo fragmentado en primeros planos (en esta etapa su universo es, primordialmente, su mamá), piezas perceptivas con las que el niño va armando el puzle de la realidad que lo rodea. El bebé Nemo se pregunta: sólo puedo ver mis manos, pero no puedo verme a mí mismo; veo los ojos de mi mami, pero no los míos… ¿realmente existo? Y la cámara asume una ocularización interna, pues vemos a través de los ojos de un bebé, desenfocados e inestables, que contempla el movimiento de sus manos como quien ve mecerse los árboles por la voluntad invisible del viento. 

  
La dirección de arte y el diseño de producción son cuidadosos, las paletas cromáticas se acomodan a los climas emocionales de cada vertiente narrativa, los efectos especiales están medidos y son eficaces. Entre los premios cosechados por la película se cuentan, precisamente, el premio Osella de oro al mejor diseño de producción en el festival de Venecia, otorgado a Sylvié Olivé, por su contribución técnica, y el premio al mejor maquillaje en el festival de Sitges. En este aspecto el mayor logro de la película es la transformación de Jared Leto en un anciano decrépito, que también demuestra el gran logro actoral de este personaje, quien demuestra aquí que es más que una cara para comerciales de perfumes o para liderar una banda Emo. Christophe Beaucarne también ganó el premio a mejor cinematografía en el festival de cine de Estocolmo, de modo que la propuesta visual de esta cinta ha sido reconocida mundialmente. 
El diseño de producción y la dirección de arte de Mr. Nobody
El diseño de producción y la trama bifurcada de esta película hermosa y compleja está sintetizada en el plano en el que el zapato del Nemo-niño destruye una casita (que replica un plano del principio en la que la mano del niño introduce un carro de juguete en un escenario exterior aparentemente real), convirtiéndose en el demiurgo de este universo multiforme y caótico, como la imaginación de los niños en el momento en que la vida los obliga a enfrentar la infinidad de los futuros posibles.


miércoles, 26 de octubre de 2011

The Killing – Stanley Kubrick (1956)

El novelista Jim Thompson es uno de los autores más reconocidos en el ámbito de la novela negra, y varias de sus obras han sido llevadas al cine: recientemente se estrenó una adaptación de su novela The Killer inside me, dirigida por Michael Winterbottom y protagonizada por Casey Affleck, Kate Hudson y Jessica Alba; entre las más populares de sus obras que también han sido adaptadas al cine se encuentran The Grifters y The Gateway, de la cual hay dos versiones: una de 1972, con Steve McQueen y Ali McWraw y otra de 1994, con Alec Baldwin, Kim Basinger y Michael Madsen. Y hemos de mencionar también su novela Pop. 1280 (1280 almas, de donde toma su nombre la célebre y marginal banda bogotana de rock), adaptada al cine en 1981 por el director francés Bertrand Tavernier bajo el título de Coup de Torchon (también conocida como Más allá de la justicia), quien lleva la historia de Thompson al África colonial. Además de estas adaptaciones, Jim Thompson escribió dos guiones cinematográficos, ambos para Stanley Kubrick: Paths of Glory y The Killing, esta última una adaptación de la novela Clean Break, de Lionel White. Sin embargo, cualquiera que busque por ejemplo, en Internet Movie Data Base, o en muchas otras páginas sobre cine, encontrará que el crédito que aparece para Thompson en esta cinta es el mismo que apareció en la película: no como guionista, sino como escritor de los diálogos.

Y es cierto que Kubrick y su productor y amigo James B. Harris acudieron a él porque sabían que una de las grandes virtudes de sus novelas era su capacidad para escribir diálogos verosímiles y contundentes, que captaban y aprovechaban el auténtico habla del hampa y los bajos fondos, aderezándolo con astucia e ingenio en los parlamentos de sus personajes. Pero no deja de ser una injusticia que su crédito en la película se restrinja a los diálogos, pues según cuenta Richard Crouse: “la película sigue en mayor o menor medida el guión que Thompson redactó entre tragos de bourbon en su hotel de Nueva York. Kubrick le suministró instrucciones y notas, pero el diálogo y los personajes de la película (hombres y mujeres débiles, imperfectos y vengativos) son pura cosecha de Thompson, así que ustedes se pueden imaginar la sorpresa del escritor cuando leyó los créditos finales de la película: Guión de Stanley Kubrick, Diálogo de Jim Thompson”. 

La banda reunida urdiendo el plan
A pesar de ello, el escritor accedió a trabajar una vez más con Kubrick y su equipo en su siguiente película, creando el guión de Paths of Glory. Ello no quiere decir que todo el mérito de The Killing sea responsabilidad de Thompson; la narrativa no lineal y multifocal ya estaba perfilada en la novela de White, y fue precisamente esta novedosa propuesta la que llamó la atención del director británico y su amigo Harris. Por otro lado, la conversión a imágenes y sonidos supuso el reconocimiento de Kubrick como un autor que entraba en su mayoría de edad fílmica con esta película, aprovechando los recursos típicos de la novela negra, pero empleándolos de una manera singular para ponerlos al servicio de una historia que se convierte en todo un puzle audiovisual. Pero antes de pasar a contemplarla con algo más de detalle, no sobra hacer justicia a Thompson y recordar algunos de sus diálogos magistrales, en boca de dos personajes.

Uno de ellos, el luchador Maurice Oboukhoff, más bien secundario pero ricamente construido a través de sus propias palabras, un bruto pendenciero que parece puro músculo, pero que, además de ser fanático del ajedrez, en algún momento arroja esta “perla”: “aún no has aprendido que en esta vida debes ser como todos los demás. La perfecta mediocridad. Ni mejor, ni peor. La individualidad es un monstruo y debe ser estrangulado en su cuna, para hacer que nuestros amigos se sientan bien”. Y luego agrega: “¿Sabes? A menudo pienso que el gangster y el artista son iguales a los ojos de las masas. Son admirados y tratados como héroes, pero siempre hay gente lista para verlos destruidos en la cima de su crecimiento”.

El otro personaje con diálogos brillantes es Sherry, la esposa de George Peatty, siempre llena de ironía y desdén para referirse a su esposo, con quien sólo está por dinero. Incluso al final, cuando él la mata tras descubrir su traición, tiene fuerzas para exclamar: “No es justo. Nunca tuve a nadie, sólo a ti. No tuve un esposo real. Ni si quiera a un hombre. Sólo un mal chiste sin un giro gracioso al final”. 

George y Sherry, la esposa infiel
Sherry y su amante, Val
Y es que Sherry, aunque también es un personaje secundario, termina jugando un papel central en la trama de The Killing, que se puede enmarcar en la trama “plan de exconvicto para un último trabajo que le permita retirarse de la vida criminal”. Se trata, en efecto, de un “crimen perfecto” urdido por Johnny Clay, quien tras pasar cinco años en la cárcel regresa a la vida delincuencial con la idea de robar las arcas del hipódromo, para lo cual recluta un equipo en el que cada miembro cumplirá una tarea específica. La mayoría son empleados del hipódromo o personajes habituales de su entorno: George trabaja en la taquilla, Mike es el barman de la barra del bar, Randy es un policía que patrulla en las inmediaciones, Marvin es un alcohólico y apostador que deambula siempre por el lugar. A estos cinco personajes se les suman el luchador Maurice, quien será contratado para iniciar una pelea en el bar y distraer a la policía mientras se perpetra el robo, y Nikki Arcane, un desadaptado especialista en tiro con escopeta, reclutado para dispararle al caballo ganador de la carrera para generar otra distracción y permitirle a Johnny escapar del lugar.



El plan ha sido milimétricamente diseñado por Johnny, y el tiempo cumple un rol fundamental: cada personaje debe ejecutar su tarea a la hora exacta señalada, ocupar su lugar en el momento justo, desaparecer cuando se le ha indicado. Y en efecto, cuando se realiza, todo funciona casi como un reloj y el robo se lleva a cabo de la manera planeada, con la única falla de que Nikki es asesinado por un policía después de que cumple su tarea de matar al caballo. Pero después del robo las cosas siguen fallando: la banda reunida espera la llegada de Johnny con el dinero, pero el que se presenta es Val Cannon, el amante de Sherry, quien ha sido informado por ella del robo y quiere hacerse con el botín después de que otros han hecho el trabajo sucio. Sin embargo, George, que tenía una pistola con la que planeaba matar a Johnny (pues su esposa le había dicho que abusó de ella) sale y le dispara, lo cual desencadena una balacera en la que el único que sobrevive es George, si bien queda mal herido. Johnny, que se ha retrasado por el tráfico, llega cuando ya ha ocurrido la matanza, así que huye con el dinero y lo mete en una valija, para luego encontrarse con su amada Fay para tomar un vuelo y escapar a otra ciudad para iniciar una nueva vida. En el aeropuerto, surge otro problema: no les permiten llevar la maleta con el dinero como equipaje de mano porque es muy grande, así que les toca enviarla en la bodega del avión, pero cuando están esperando para embarcar, un perrito se atraviesa en el camino del carro que lleva las maletas, haciéndolo girar bruscamente, con tan mala fortuna que la valija con el dinero se cae y se abre, y las turbinas del avión dispersan el dinero como hojarasca barrida por el viento. Johnny y Fay tratan de escapar del aeropuerto, pero él ya se ha rendido al perder el botín, y el personal de seguridad del aeropuerto se aproxima a ellos en un desenlace melancólico.



Y un posible homenaje de Christopher Nolan...

Tal es el argumento, contado linealmente. La película lo presenta de otra manera. Una voz en off va marcando horas precisas a la manera de una crónica, y se van presentando cada uno de los personajes con su propia cronología, fragmentada y distribuida en la duración de la cinta. La variación de puntos de vista y este “desorden” cronológico, hacen que el espectador presencie las distintas líneas narrativas con pequeñas repeticiones, en una estructura compleja pero eficaz que fue rechazada por United Artists, quienes aportaron 200.000 dólares (el presupuesto total fue de 320.000; el resto del dinero provino de la familia y amigos de James Harris), exigiéndole a Kubrick que reeditara la película de manera lineal, pero el resultado terminó siendo más confuso que la versión “desarticulada”. Quentin Tarantino, quien hizo popular las estructuras narrativas modulares y las cronologías desfasadas en los años noventa, siempre ha dicho que la narrativa de The Killing inspiró su película Reservoir Dogs, así como los juegos temporales de películas posteriores como Pulp Fiction o Jackie Brown.


En cuanto al trabajo audiovisual de Kubrick, junto con su director de fotografía, Lucien Ballard, el cineasta utilizó unas angulaciones cercanas y planos próximos de los actores en interiores, construyendo atmósferas a la vez íntimas y claustrofóbicas, logradas con un lente ángulo amplio de 25mm, así como paredes falsas y removibles que le permitían travellings laterales y planos-secuencia de espacios contiguos. La iluminación, muy noir, era de luces concentradas y de un solo foco en los interiores, que creaban inusitados juegos de sombras y contrastes en los escenarios, cuidadosamente decorados. Y aunque las actuaciones no siempre son eficaces, el casting si lo es, en tanto cada rostro, cada anatomía y sus gesticulaciones se convierten en piezas que encajan con perfección en este rompecabezas trágico, que nos muestra la futilidad de todos los planes humanos, de todo deseo de controlar nuestro destino.

El perrito que hace fracasar el escape de Johnny y Fay perder el dinero

Adiós al botín...


Ficha técnica

Director: Stanley Kubrick
Guión: S. Kubrick y Jim Thompson
Productor: James B. Harris
Música: Gerald Fried
Cinematografía: Lucien Ballard
Edición: Betty Steinberg
Dirección de arte: Ruth Sobotkca

Reparto

Sterling Hayden como Johnny Clay
Coleen Gray como Fay
Vince Edwards como Val Cannon
Jay C. Flippen como Marvin Unger
Ted de Corsica como Randy Kennan
Marie Windsor como Sherry Peatty
Elisha Cook Jr. como George Peatty
Joe Sawyer como Mike O’Reilly
Timothy Carey como Nikki Arane
Kola Kwariani como Maurice Oboukhoff
Jay Adler como Leo Tito Vuolo
Joe Turkel como Tiny



miércoles, 19 de octubre de 2011

The Piano Tunner of Earthquakes - Hermanos Quay (2005)

Estas cosas nunca ocurrieron, pero son, siempre. Sallust.

La caligrafía, rasgo característico de los Hermanos Quay
Tal es el epígrafe de esta película, que empieza de manera similar a El año pasado en Marienbad, con una puesta en escena ante un público (una puesta en escena dentro de una puesta en escena; véase más adelante): además, al igual que en la película de Alain Resnais, hemos recibido una invitación, para presenciar un recital de la soprano Malvina van Stille, como celebración anticipada de su boda con Adolfo Blin. Sin embargo, durante el concierto la soprano muere, aparentemente por el influjo de Emmanuel Droz, un admirador insidioso que le envía flores con notas de seducción. Después de su muerte, Droz se acerca a Adolfo y le dice que ya no volverá a ver a su amada. En la siguiente escena nos encontramos en una isla, donde vemos a Droz devolviéndole la vida a Malvina, ahora lejos de su antiguo prometido.


Tras estas secuencias introductorias, la historia continúa en la isla, a la que llega Felisberto Fernández (nombre que recuerda al del escritor uruguayo del género fantástico, Felisberto Hernández, quien además era pianista consagrado), afinador de pianos, contratado por el dueño del lugar. El Sr. Fernández es idéntico a Adolfo, por lo que el espectador puede pensar que se trata de él, que viene a buscar a su prometida, asumiendo una identidad falsa. A partir de aquí la historia es narrada por Fernández, quien nos cuenta la sensación de haber ya visitado el lugar, llamado Villa Azucena, y cómo es recibido por Assumpta, el ama de llaves, una mujer que desde un principio parece insinuársele, y quien le enseña el lugar donde dormirá (Assumpa es, en las noches, la amante del doctor Droz); en la fachada de la casa principal hay una pintura que Assumpta interpreta como una imagen equivalente a la propia escena en que se encuentran, como si se tratase de una mise en abyme, anunciando el tema recurrente de la película: imágenes dentro de imágenes, bosques dentro de bosques, y realidades multiplicadas dentro de realidades. Cuando el afinador pregunta cuántos pianos tiene el doctro Droz, le informan que su trabajo no será sobre pianos, sino sobre algo más atractivo y retador para sus habilidades profesionales. 

La Puesta en abismo de los personajes en la pintura
El ajedrez humano del Dr. Droz

Se trata de una serie de siete autómatas diseñados por el doctor Droz, máquinas de una precisión y detalle que abruman al afinador de pianos. Son, además, autómatas musicales, por lo que se requiere de este experto, proveniente de toda un linaje de afinadores. Los autómatas son como dioramas en movimiento, y en cada uno de ellos se encuentra contenido un microuniverso típico de los hermanos Quay: mecanismos, poleas, pernos y tuercas oxidados, alternados con fragmentos orgánicos, carnales, como lenguas, dientes, hígados, piezas de algún cuerpo destazado e hibridado con las máquinas. Se trata de autómatas hidráulicos, como le explica el doctor al afinador. “En estas máquinas, señor Felisberto, están contenidos el sueño, la música, la irracionalidad más racional de todas, de la cual yo, Droz, soy el corazón. Cree el artefacto, señor Felisberto, y todo lo demás depende de la naturaleza”.


La narración, desde que Felisberto se instala en la isla, está articulada de acuerdo con las jornadas, cada una dedicada a un autómata, y cada una, a su vez, coronada por un sueño de Felisberto, experiencias oníricas en las que se mezclan las experiencias del día con extrañas visiones de los personajes que habitan la isla, incluyendo los seres mecánicos que habitan en los autómatas. El sueño y la realidad se fusionan, como en la secuencia onírica en la que Felisberto ve todas las acciones al revés: el doctor y sus pacientes saliendo del agua e internándose en el bosque, y él mismo, también hacia atrás, pasando del bosque a su lecho (en medio de los árboles) hasta poner la cabeza sobre la almohada. Vemos entonces que Felisberto duerme con un pañuelo en la boca, e intercaladas tomas de unos dientes rozando una lengua en el primero de los autómatas.

Carne humana dentro de la máquina

Durante el día, Felisberto se encuentra con Asumpta, quien le cuenta que el doctor Droz es un alienista, y que el lugar es una especie de asilo o santuario, en el que los jardineros son en realidad pacientes. El afinador ha visto a Malvina, quien se sienta en una banca en la playa con la mirada perdida en el mar. Sin embargo, cuando ella lo ve a él, lo identifica como Adolfo, aunque parece estar siempre distraída, sin dominio pleno de su consciencia. Cuando Assumpta y el doctor Droz los descubren juntos, hacen lo posible por separarlos. Droz le dice a Fernández que Malvina está bajo un tratamiento especial, pues ha sufrido un trauma muy duro, el abandono de su prometido justo antes de casarse, y que debe mantenerse alejado para no interferir en su curación. Luego Assumpta tiene una idea mejor: ¿por qué no involucrarlo en la terapia? Ésta consiste en una ópera en la que se recrea el momento en que Malvina perdió a su futuro esposo, es decir, una réplica de la primera escena de la película. En este simulacro, Fernández ocupa el papel de Adolfo, y debe limitarse a silbar, pues es incapaz de cantar. 

Malvina, abstraida en la contemplación del horizonte...

A esta “función terapéutica” acuden una serie de invitados entre los que se cuenta el verdadero Adolfo, quien se sorprende al verse a sí mismo dentro de la obra (sorprendido, en realidad, por su parecido con Felisberto). En el momento en que se pone de pie y se acerca al escenario, rememorando las imágenes de la muerte de su prometida, descubrimos con él que la representación tiene la forma de un diorama, es decir, que toda la escena no es otra cosa que un autómata nuevo del doctor Droz. En su interior, Fernández descubre que se ha convertido en una figura atrapada en uno de los ingenios del malévolo alienista, que provoca un terremoto con el que se cierra la escena.

En una suerte de epílogo, vemos a Assumpta, la única sobreviviente, que contempla el último de los autómatas en lo que queda de la isla, y en su interior a Felisberto en el momento en que se encuentra con Malvina a la orilla del mar, en un instante que se repite como un bucle dentro del último diorama del doctor Droz. Fernández nos informa que él mismo ha decidido quedarse en el autómata No. 6, que recrea el momento en que el afinador conoció a Malvina.


Otros autómatas de Droz...
A lo largo de esta trama, que está lejos de ser tan diáfana como ha sido presentada en esta breve descripción, el espectador va encontrando una serie de claves que, si bien no agotan o simplifican el sentido de la historia, le sirven de anclas simbólicas para multiplicar sus significados. Además de las imágenes que aparecen dentro de los autómatas (una especie de falo/caja musical que emerge de un cilindro giratorio, unas manos sin cuerpo que hacen avanzar una pequeña barca con sus remos, los dientes y la lengua que replican la boca del afinador, poleas, pernos, mecanismos…) los diálogos proveen otras claves. Así, por ejemplo, en uno de sus encuentros, Felisberto y Assumpta sostienen esta conversación:

- Señor Fernandez, ¿cree usted en los sueños?
- Sí, creo.
- ¿Y?
- Alguien alguna vez me habló sobre ciertos signos en los sueños, pero con ello no podría explicar un sueño, así como el golpe del cartero no puede aclarar el contenido de una carta.
- Supongo que eso ciertamente dependería de qué tan duro golpea el cartero.
- Y por cuánto tiempo.

La película de los Hermanos Quay funciona de esta manera: nos dan los golpes del cartero, nos dejan ver el sobre e incluso atisbar en semitransparencia las palabras escritas en su interior, pero nunca llegamos a leer la carta completa. En otro momento, el doctor Droz emite un parlamento cuidadosamente preparado:  

¿Ha escuchado usted alguna vez acerca de la Megaloponera Foetens, Sr. Felisberto? Es una hormiga que vive en los bosques tropicales cameruneses. Un forrajeador del bosque, que de vez en cuando se infecta inspirando la espora microscópica de una fungosidad que cae como lluvia de los árboles altos, la cual se aloja en su cerebro diminuto, donde comienzan a crecer. Preocupada y desorientada, esta hormiga se ve obligada a dejar el suelo del bosque y comienza a trepar a los tallos de helechos y plantas trepadoras hasta que alcanza una determinada altura. En ese punto, sujeta sus mandíbulas inferiores sobre la planta y se queda ahí, hasta que muere. Por lo que respecta a la fungosidad, ésta perdura, comiendo el cerebro de la criatura muerta, infiltrando su sistema nervioso entero. Hasta que, unas semanas más tarde, excreta una clase de alcayata a través de los restos de la cabeza del insecto, y este aguijón rampante rebosa de esporas, en su momento se derrama sobre la tierra, abajo, cayendo como lluvia para la siguiente hormiga que saquea el suelo, ingenua.

En la escena culminante de la película, en la representación de la ópera, al doctor Droz le nace una alcayata en la frente, de la cual emanan esporas, como la hormiga de su relato, justo cuando descubrimos que Fernández ha caído en su trampa, convirtiéndose en una figura animada de sus autómatas. Lo curioso es que el propio Droz forma parte de este bucle narrativo que replica el triste destino de la Megaloponera Foetens: la víctima se convierte en el victimario, y éste a su vez en víctima, un vehículo de las implacables fuerzas naturales, un mecanismo biológico de una perversidad que parece calculada. 

El Dr. Droz, falso demiurgo de la isla
Los hermanos Quay han dicho alguna vez: “nos interesa todo lo que pasa en la sombra, en las regiones grises, todo lo que es elusivo y fugitivo, todo lo que puede ser dicho en esos hermosos medios tonos, o a través de susurros, en la profunda oscuridad”. Así funciona El afinador de pianos de los terremotos, como también lo hacen los cortometrajes alucinados de estos hermanos gemelos que parecen ellos mismos concebidos por Bruno Schulz o algún otro de los escritores de la Europa oriental que tanto han adaptado y homenajeado en sus películas. Porque los Quay han reinventado las “adaptaciones” y los homenajes literarios en el cine. Lejos estamos, en sus obras, de las trasposiciones fieles o las citas directas: todo es alusión, reinvención, juego.

Así sucede, por ejemplo, con La invención de Morel que, según se ha dicho, inspiró esta película. Al parecer, los hermanos Quay querían hacer una versión cinematográfica de la obra de Bioy Casares, pero no pudieron adquirir los derechos, así que tuvieron inventar otra historia, la cual no deja de aludir a la novela fantástica argentina, en varias formas. Las dos historias transcurren en una isla, la cual ha sido convertida, por obra de un científico oscuro, en un espacio de simulaciones y artificios. En las dos hay, de maneras distintas, un triángulo amoroso que involucra al malévolo doctor, a una hermosa mujer, y a un incauto incapaz de descifrar el secreto del artificio, y termina siendo víctima de él. En ambas hay ingenios hidráulicos que reconstruyen escenas repetidas ad infinintum; y en algún momento, cercano al desenlace de la película, hay un parlamento que es casi literal de la novela, en el que se menciona los dos soles que coronan el cielo de la isla. El papel de las mareas es insinuado aquí por el eclipse, que parece formar parte de los cálculos de Droz para propiciar el terremoto.

Y aunque las dos historias difieren también en múltiples aspectos (los cuadros de personajes y sus relaciones, el diseño de la trama, los distintos grados de ambigüedad en una y otra) ambas abordan el tema común de las imágenes, los recuerdos y su papel en las relaciones amorosas, con sus contundencias e inestabilidades, cuyos momentos afortunados quisiéramos cristalizar eternamente.    

Y esta temática es idónea para la propuesta escénica y cinematográfica de los Quay, quienes ponen en ella todas sus dotes y su experiencia artística en áreas tan disímiles como el teatro, la escenografía para ópera y la animación stop-motion que los ha hecho célebres en el mundillo del movimiento simulado. La propuesta fotográfica también es impecable, y acerca las imágenes de Villa Azucena a las pinturas de los simbolistas decimonónicos. Así, quien no soporte la narrativa difusa o la incoherencia onírica, al menos puede entregarse al deleite de este ajedrez artesanal, donde cada pieza ha sido esculpida con esmero y precisión, con la paciencia de relojeros que sólo han dominado los orfebres del cine: los animadores.

Ficha técnica

Dirección: Stephen y Timothy Quay
Guión:Alan Passes y los hermanos Quay
Cinematografía: Nicholas D. Knowland
Música original: Christopher Slaski
Edición: Simon Laurie
Dirección de arte: Eric Veenstra

Reparto

Amira Casar como Malvina van Stille
Gottfried John como el Dr. Emmanuel Droz
Assumpta Serna como Assumpta
César Sarachu como Adolfo Blin / Don Felisberto Fernandez

Se incluye aquí un fragmento de la novela El doctor Hoffman y las infernales máquinas del deseo, que además de proveer el título a este blog, presenta un catálogo de "dioramas" o escenas tridimensionales que nos recuerdan los autómatas del doctor Droz.

LAS SIETE MARAVILLAS DEL MUNDO EN TRES VÍVIDAS DIMENSIONES
Pieza número uno: HE ESTADO ANTES AQUÍ.
Las piernas de una mujer, levantadas y abiertas, como preparadas para recibir a un amante, formaban un arco triunfal curvilíneo. Adornaban los pies unos zapatos de cuero negro con tacos en punta. Ese corte anatómico, compuesto de cera rosa ahuecada a la altura de las rodillas, no admitía la posibilidad de la existencia de un torso. El erizado vello del pubis formaba una especie de escudo de armas sobre un proscenio circular; pero aunque los pelos habían sido insertados uno por uno para obtener el máximo grado de verosimilitud, el efecto general era de asombrosa artificialidad. Las almenas de color morado y rojo oscuro que rodeaban la vagina eran el marco de un agujero perfectamente redondo a través del cual el espectador vislumbraba el húmedo y lujurioso paisaje interior.
Allí se extendía sin fin ante sus ojos la imagen en miniatura pero irresistible de un bosque semitropical donde frutos sorprendentes colgaban de los árboles, mientras que los moteados y abigarrados cálices de flores inmensas, del tamaño de piedras de molino, exhalaban aromas tan pótenles que se hacían visibles como un rocío suave y brillante. Pequeñas aves brillantes trinaban silenciosamente en las i a mas; animales de exquisitas formas y colores, unicornios, jirafas y leones herbívoros, entre otros, mordisqueaban margaritas y campanillas entre la hierba imposiblemente verde; mariposas, libélulas e innumerables insectos enjoyados aleteaban, volaban o se escurrían entre las plantas, de manera que todo estaba en constante movimiento, inclusive la vegetación misma se transformaba constantemente. Mientras yo miraba, la presión del dulce zumo que contenía reventó una ciruela y de su piel hendida surgió una bandada de aves cantoras, anaranjadas. Un capullo alargado a punto de abrirse cambió de idea y se convirtió en una fresa y no en un nenúfar. Un pez brotó del río, se transformó en un conejo blanco y se alejó saltando.
Parecía que el invierno y los vientos fuertes nunca podrían tocar esas luminosas regiones del olvido ni agitar la superficie del río reluciente que seguía su sosegado curso en el centro del valle. El ojo del espectador siguió el curso del río hasta la fuente y así vio, por primera vez, después de algunos instantes de feliz contemplación, las nebulosas murallas de un castillo. Cuanto más se miraban sus borrosos contornos, más siniestro se tornaba, como si sus vísceras de granito alojaran tantas cámaras de tortura como el Cháteau de Silling.
El resto de las máquinas contenía los siguientes espectáculos.

Pieza número dos: LAS VISIONES ETERNAS DEL AMOR. Cuando miré por las ventanillas de la máquina, lo único que vi fueron dos ojos que a su vez me miraban. Cada uno tenía un metro de diámetro, su párpado y su conducto lacrimal, y estaba suspendido en el aire sin soportes visibles. Igual que el vello del pubis del modelo anterior, las pestañas habían sido implantadas una por una, escrupulosamente, en los estrechos bordes de cera rosa; pero esta vez el artesano había alcanzado un grado perturbador de realismo que se sumaba a la cualidad sintética de la imagen. El blanco de los ojos tenía delicadas venas rojas que producían un efecto similar al provocado por el costoso mármol que se usaba en Italia a fines del período barroco para construir los altares de las capillas de los potentados; los iris eran simples anillos de vidrio de botella castaño oscuro, en tanto que en las pupilas podía ver, reflejados en dos espejos circulares, mis propios ojos, enormemente ampliados por las lentes de la máquina. Como mis propias pupilas reflejaban los falsos ojos que tenían delante, y esos reflejos a su vez se reflejaban, pronto comprendí que contemplaba un modelo del eterno retorno.

Pieza número tres: EL PUNTO DE ENCUENTRO ENTRE EL AMOR Y EL HAMBRE.
Sobre un plato de cristal tallado de los que se usan para servir postres, había dos porciones perfectamente esféricas de helado de vainilla, cada una coronada por una cereza, de modo que la semejanza con dos pechos femeninos era casi perfecta.

Pieza número cuatro: TODO EL MUNDO SABE PARA QUÉ SIRVE LA NOCHE.
Aquí, la figura de cera del cuerpo sin cabeza de una mujer mutilada yacía en un charco de sangre pintada. Sólo llevaba los restos de unas medias de malla negra y de un liguero rasgado de brillante goma negra. Sus brazos sobresalían rígidamente a los costados y una vez más reparé en el amoroso cuidado con que el artesano había simulado el vello de las axilas. El seno derecho estaba parcialmente cortado y abierto, revelando dos superficies de carne tan falsa y brillante como los solomillos de yeso que cuelgan en las carnicerías de juguete; su vientre estaba cubierto por una pintura que parecía eternamente húmeda y, de la pintura, emergía el mango negro de un enorme cuchillo que vibraba incesantemente por la acción (probable) de un resorte.

Pieza número cinco: TROFEO DE UN CAZADOR EN LAS SELVAS DE LA NOCHE.
Una cabeza —presumiblemente tomada de la víctima de la pieza anterior— estaba suspendida en el aire, nuevamente sin cuerdas o ganchos que revelaran cómo se sostenía. Desde el borde seccionado chorreaban gotas de sangre artificial, plop, plop, plop, pero el recipiente donde caían estaba fuera del campo visual del espectador. Una abundante peluca negra caía sobre los pálidos rasgos de la mujer, que mostraban una repulsiva expresión de resignación. Sus ojos estaban cerrados.

Pieza número seis: LA LLAVE DE LA CIUDAD. Una vela en forma de pene de enorme tamaño, con su escroto, en estado de pronunciada tumescencia. El arrugado prepucio estaba suficientemente echado hacia atrás como para descubrir en toda su insolente integridad la punta ostensiblemente hinchada, del color del poniente, y una parte del miembro mismo; en la diminuta hendedura central, donde debería haber estado el pábilo, ardía una pequeña y limpia llama. Mientras el espectador miraba, la vela se inclinaba hacia delante sobre esas bolas y lo señalaba de modo acusador.
De pronto se me ocurrió que esto pretendía representar el pene del ministro.

Pieza número siete: MOVIMIENTO PERPETUO. Como era de esperar, aquí un hombre y una mujer practicaban el acto sexual sobre un diván de crin negra. Las figuras, también exquisitamente hechas de cera, parecían modeladas en una sola pieza; y a causa de un mecanismo de relojería oculto en el diván, se mecían continuamente hacia atrás y hacia adelante. Ese acoplamiento poseía una cualidad fatal, inevitable. No era posible imaginar un cataclismo suficientemente violento como para separar esas formas entrelazadas, ni concebir un principio en el pasado, porque estaban tan firmemente unidas que parecían haberse formado así en el inicio de los tiempos y que, paralelamente encerradas, seguirían así hasta el infinito. No eran tan eróticos como patéticos, pobres romeros del deseo que jamás se apartaban un centímetro en su incesante peregrinaje. El rostro del hombre se amoldaba al cuello de la mujer y no se podía ver; pero la cabeza de ella estaba construida de tal modo que podía oscilar sobre el cuello, y como se movía de un lado a otro, sus rasgos eran intermitentemente visibles.