martes, 27 de septiembre de 2011

Dark City – Alex Proyas (1998)

En uno de sus relatos, James Ballard imaginó una ciudad sin límites, una paradoja matemática en la que, cuando los protagonistas del relato trataban de encontrar un final o frontera, se encontraban con una curva que se prolongaba infinitamente. Alex Proyas imaginó, junto con los guionistas Lem Dobbs y David S.  Goyer, una ciudad que, desde cierto punto de vista es lo exactamente opuesto: una ciudad completamente limitada, encerrada, una isla que flota en medio del espacio. Sin embargo, para efectos de sus posibles habitantes, ambas ciudades constituyen una prisión, un espacio cerrado del cual es imposible salir.

El cine de ciencia ficción de los años noventa se caracterizó por lo que se ha dado en llamar un “giro solipsista”: tras los múltiples ataques al “principio de realidad” por pensadores como Jean Baudrillard (no en vano reposa en el cajón del apartamento de Neo un ejemplar de Simulacro y simulación), parecía que la conciencia escindida de finales de siglo se convertía en el territorio inestable donde se erigían las nuevas distopías, y el terror de Descartes a un “genio maligno” tomaba nuevo cuerpo en máquinas, inteligencias artificiales y otras fuerzas impersonales que proyectan universos virtuales en torno a individuos que dudan de lo que sus sentidos les presentan.

Hay cuatro películas que comparten esta temática y que han dado lugar a cientos de discusiones, acerca de posibles plagios o imitaciones: Piso 13, de Josef Rusnak, estrenada el 17 de septiembre de 1999; eXistenZ, de David Cronenberg, en teatros el 8 de octubre del mismo año; Matrix, de los hermanos Wachowski, también de 1999, el 21 de mayo; y la primera en orden cronológico, Dark City, del director australiano Alex proyas, estrenada el 22 de mayo de 1998. La proximidad de las temáticas ha suscitado comparaciones frecuentes, aunque las más cercanas han terminado siendo estas dos últimas producciones, pues algunos han encontrado similitudes no sólo en la idea general, sino en el argumento, el tratamiento visual, la puesta en escena y otros elementos. Jorge Morales, entre muchos otros, ha hablado incluso de “calco en todos los aspectos”, exigiendo una revaloración del que para él sería el film original, tristemente olvidado: la película de Proyas (en este enlace se puede ver una comparación de varios planos de ambas películas que sustentan el argumento de Morales: http://www.galeon.com/cinerama/actu2/matrixdarkcity.htm).

Si siguiéramos la idea del plagio hacia delante, las otras dos películas serían meras “copias” de una “copia”, replicantes fílmicos de un conjunto de ideas que, de hecho, tendríamos que retrotraer hasta la caverna de Platón o a las tradiciones gnósticas y al neo-platonismo, si no al budismo y otras filosofías orientales que se referían a este mundo como una ilusión. Sin exagerar esta compulsión intertextual, es claro que en la ciencia ficción del siglo XX, Philip K. Dick (conocedor de las tradiciones antes mencionadas) es el gran autor del simulacro, y un multiplicador de universos virtuales, dentro y fuera de las cabezas de sus personajes. Tradición continuada por los escritores Cyberpunk de los años ochenta, William Gibson a la cabeza, y que hoy en día es un tema común de la cultura popular. De modo que, por la vía del plagio o la imitación, no se llega más que a lugares comunes. Más interesante, en cambio, es contemplar lo que cada una de estas producciones tiene de singular, el énfasis que hace en ciertos aspectos vinculados a esa puesta en abismo de lo real (el desierto de lo real, bautizado por William Burroughs), no sin antes conceder que, al menos el calendario, le da la primacía al director de El Cuervo (1994).

En el caso de Dark City hay otro linaje que hay que rastrear, y que la conecta directamente con un tema caro a la ciencia ficción a lo largo del siglo XX (y que sigue bifurcándose ahora en el XXI): el tema de la Ciudad, la ciudad imaginada, soñada o proyectada por las ficciones científicas, cuya primera toma de vistas nos la entregó Fritz Lang en 1927, con su majestuosa Metrópolis. Pero si aquella ciudad imaginada primero por Thea Von Harbou y luego proyectada por Lang, era una alegoría espacial de la sociedad de clases y las asimetrías entre los ricos (pocos-arriba) y los pobres (muchos-abajo), la ciudad de Proyas parece representar espacialmente otro tipo de sociedad, otro tipo de ser humano: el de la era de la noopolítica, donde el control sobre las conciencias es más importante que el control sobre los medios de producción.


Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Dark City
 Vivian Sobchack, profesora emérita de la Universidad de California y autora de Screening Space: the American Science Fiction Film, ha dicho sobre Dark city:

La ciudad se convierte en algo amorfo y cambiante. Está cercada, así que se convierte en un laberinto, en el correlato material, es decir, visualizado, de lo que ocurre en la mente, en su esfuerzo por comprender quién eres, dónde estás, y cuál es tu sentido. En Dark City se ofrece una visión colectiva de ello. En cierto modo, creo que nuestra cultura, en el momento presente, se encuentra en ese mismo lugar, nuestra relación con los otros, la noción de nuestra persona, del yo, de la identidad. Dark City es una ciudad imaginaria y poética, fluye, es orgánica (…) No se trata de una ciudad con rascacielos, o de una ciudad de gran extensión, en el sentido de que sus fronteras son infinitas. Es en cierto modo toda una poética llevada al espacio, sobre esta sensación actual de estar desubicados en el tiempo y en el espacio. En gran medida es una especie de función del mundo en que vivimos y del tipo de espacios urbanos que ocupamos, donde nos sentimos alienados y desubicados, los lazos que nos unen con el pasado son bastante tenues, se alzan nuevos edificios, las viejas edificaciones descienden, hay renovaciones urbanas, las cosas no duran demasiado y estamos en una especie de revolución permanente de las comunicaciones. El lugar donde nos encontramos hoy en día es muy ambiguo.
 
Como se puede ver, esta película pertenece además a una generación de films y otros productos de la cultura popular (y en particular de la Ciencia Ficción, que cada vez se legitima más, por lo menos en la academia norteamericana) que han entrado a ser tema de reflexión intelectual en diversos niveles. Por ejemplo, Dana Polan, profesor de cine de la Tisch School of Arts de Nueva York, ha establecido paralelos visuales entre Dark City y la pintura de Edward Hopper. Este autor también cree que la película está influenciada por el cine europeo de mediados del siglo XX, aquellas películas que imaginaban una isla (real o simbólica) en la que los directores situaban a un grupo de personajes y los ponían a interactuar, introduciendo algún factor extraño o desestabilizante (Polan cita L’Aventura, de Antonioni, o El año pasado en Marienbad, de Alain Resnais, entre otras). Polan cree que Dark City, más que una reflexión sobre la identidad o la realidad, es una alegoría de la experiencia fílmica: John Murdock es una especie de espectador que lo está viendo todo, como si la realidad que lo rodea fuera para él una gran película que alguien manipula ante sus ojos. Una idea que también comparte Barbara Bennel quien, comparando esta cinta con el clásico de Ridley Scott, afirma:

Blade Runner y Dark City usan fotos y postales como desencadenantes de la memoria y, en ambos casos, estas representaciones visuales que llevan al pasado en Blade Runner y fuera de la ciudad en Dark city, son falsas. Estas formas de representación visual acotan de manera autoreflexiva el medio cinematográfico y sus capacidades.

Dark City y la pintura de Edward Hopper

Dark City y la pintura de Edward Hopper


Dark City y la pintura de Edward Hopper
 
Dark City y la pintura de Edward Hopper
A nivel narrativo, la cinta de Proyas propone un universo cerrado en el que los humanos son cobayas de una civilización extraterrestre, los cuales toman una apariencia antropomorfa (más bien vampírica, a lo Murnau). Estos “hombres de negro” a la inversa manipulan a los habitantes de la Ciudad Oscura, editan sus recuerdos, los intercambian, al tiempo que transfiguran permanentemente la ciudad, la cual es tan plástica y cambiante como la identidad de sus ciudadanos. Estos experimentos, conducidos por uno de los pocos humanos que es inmune a la influencia telepática de los extraterrestres, el doctor Schreber se ejecutan diariamente para que los “visitantes” puedan descubrir lo que de único tiene la especie humana. La clave parece ser la memoria, por lo que las manipulaciones se concentran en este aspecto. Cada individuo se convierte en una nueva persona después de despertar del trance inducido: cambian sus recuerdos pero también su entorno, su vivienda, las calles por las que transita. Todos cambian menos John Murdock, el protagonista, quien no sólo es inmune a la influencia telepática de los aliens, sino que comparte sus poderes telequinéticos.


En este punto es donde difiere Dark City de las películas mencionadas al principio y de cualquier fantasía solipsista: si la ciudad cambia no es porque sea una proyección virtual, una alucinación o el producto de la mente de Murdock o de los extraterrestres; al contrario, esta es una ciudad real, tangible, objetiva (al interior del universo diegético de la película), si bien sean poderes “mentales” los que permitan transfigurarla. Y la conciencia de Murdock, con sus falsos recuerdos, como los de los otros habitantes, son los que son maleables, intercambiables, frágiles. Y sin embargo, el protagonista se aferra a ellos, pues si sólo somos memoria, si ese conjunto de datos registrados hilvanados por nuestra conciencia es lo que nos constituye, Murdock se aferra a ellos, aunque sean falsos. E incluso en esa ciudad suspendida en el espacio, en esa isla imposible, John Murdock encuentra su Shell Beach, su infancia paradisiaca preservada en la memoria.
  
Claro, desde el punto de vista del género, Dark City también difiere, pues menos próxima al Cyberpunk y sus fantasías digitales, se retrotrae a la idea más ingenua de la ciencia ficción clásica, en la que los villanos eran oscuras entidades extraterrestres, dotadas de poderes paranormales, y no inteligencias artificiales o máquinas conscientes, como en las fantasías científicas más contemporáneas. En esto se asemeja más a cintas como Brazil, de Terry Gilliam, o la ya mencionada Blade Runner: algunos críticos han calificado esta tendencia, más visual y atmosférica que narrativa, como Future Noir, la combinación entre la estética de la novela negra y los universos futuristas de la ciencia ficción. Esta nostalgia hacia el pasado se materializa en varios niveles. Como ha señalado Barbara Bennel:

Dark City incluye referencias explícitas a la historia de la modernidad. Ella referencia la modernidad en el diseño y la arquitectura del paisaje urbano, pero también en el diseño de interiores y en el vestuario, y a través del nombre de uno de los personajes principales, el doctor Daniel Paul Schreber, quien fue el paciente de Freud en el famoso caso acerca de la paranoia, acerca del cual el propio Schreber escribió un libro. La referencia a la Viena del cambio de siglo y al comienzo de las teorías sobre la paranoia es irónica, pues el propio film ofrece una fantasía paranoica. Los diseñadores le dieron a la ciudad un “aire de anacronismo”, creando un guión lleno de “americanismo nostálgico”. La película combina acción en vivo con un planeta creado digitalmente por completo. Entre más avanza la tecnología, más se llena de nostalgia la ciudad cinemática, incluso cuando la nostalgia es creada con tecnología avanzada (Barbara Mennel. Cities and cinema).

En este sentido, Dark City se inscribe conscientemente en la tradición expresionista, en la que aquello que David Bordwell llama el estilo (esto es, el conjunto de componentes del medio cinematográfico: la fotografía, el montaje, la puesta en escena, la iluminación, los encuadres, etc.), además de reforzar y sostener el argumento, constituye sentido en sí mismo, convirtiéndose en un conjunto de superficies expresivas, más elocuentes a veces que la propia historia de la película. Toda una experiencia cinemática que parece trasponer esos elementos fílmicos a nuestra realidad, invitándonos a preguntarnos: ¿quién edita nuestro mundo cotidiano, quién está detrás de nuestros lapsus, vacíos y ausencias?

Dark City y la pintura de Edward Hopper
Ficha técnica

Director: Alex Proyas
Año: 1998
Guión: Alex Proyas, Lem Dobbs, David S. Goyer
Música: Trevor Jones
Cinematografía: Dariusz Wolski
Edición: Dov Hoening
Diseño de producción: George Liddle y Patrick Tatopoulos
Dirección de arte: Richard Hobbs y Michelle McGahey
Vestuario: Liz Keogh

Reparto

Rufus Sewell como John MurdochWilliam Hurt como  el Inspector Frank Bumstead Kiefer Sutherland como el Dr. Daniel P. Schreber Jennifer Connelly como Emma Murdoch / Anna Richard O'Brien como Mr. Hand (Sr. Mano)Colin Friels como el Detective Eddie WalenskiMitchell Butel como el oficial HusselbeckMelissa George como May (prostituta) 

1 comentario:

  1. Muy interesante como siempre, las referencias y "similitudes" con Matrix son 1A, igual con las pinturas.

    No me queda muy claro el cuarto párrafo, en el que hablas de las "copias" y los simulacros. Pero igual muy bacano.

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